miércoles, 25 de diciembre de 2013

¿Por qué la Guerra?

    Este es el título del último apartado de una antología llamada “Freud”, editada por el CONACyT en 1980. Esa sección del libro, contiene dos cartas entre Albert Einstein y Sigmund Freud, sorprendentemente actuales si consideramos el conjunto de guerras, tentativas de guerra y terrorismo con el que año con año, incluido este 2013, se forma el recuento de hechos importantes o graves que suceden en el mundo,  justo en torno al 24 de diciembre que en el mundo occidental o en el globalizado simboliza la noche de paz. El 30 de julio de 1932, Einstein, en su misiva a Freud, le preguntaba, desconcertado: “¿Existe un camino para liberar a los hombres de la fatalidad de la guerra? En general, se ha arraigado bastante la comprensión de que esta pregunta –dado el progreso de la técnica– se ha vuelto una cuestión vital para la humanidad civilizada, y pese a ello los ardientes esfuerzos y su solución han fracasado en alarmante medida”. Einstein, como Freud, judíos ambos, crecieron en estados teutones (Alemania-Austria) y habían sido espectadores directos de la brutal matanza de la primera guerra mundial y la profunda destrucción económica y material que sufrió Europa y buena parte del mundo “civilizado” de entonces. En 1932, estaba en ciernes la amenaza de la segunda guerra mundial, que pensadores de diversos campos científicos veían venir con preocupante intuición. El máximo exponente de la Física le dirigía una carta al máximo exponente de la Psicología, llena de sentido: “¿Cómo es posible que las masas se dejen encender hasta el paroxismo y el martirologio…? La respuesta sólo puede ser: en los hombres vive la necesidad de odiar y de destruir”. Einstein se preguntaba sobre las relaciones entre el derecho y el poder, sobre la soberanía y el nacionalismo, sobre las minorías dominantes y el pueblo. Freud contestó que desde los orígenes de la humanidad “Los conflictos de intereses entre los hombres son resueltos, principalmente, con el uso de la fuerza”. De la fuerza muscular se llega a la fuerza de las herramientas y de las armas, y a la fuerza de la superioridad intelectual, pero “la finalidad de la guerra permanece idéntica: una de las partes se ve obligada, por los daños sufridos y la merma de sus fuerzas, a ceder en sus exigencias o en su oposición. Esto se alcanza por completo cuando la violencia del adversario es suprimida definitivamente, o se le mata”. Y añadía: en el hombre habitan dos instintos, uno afectivo (eros, amor) y uno destructivo (thanatos, muerte), que se manifiestan fusionados, con predominancia de uno u otro según los objetos o personas a que se dirige. El thanatos “funciona en cada ser vivo y tiene el anhelo de reducir la vida al estado de materia inorgánica. Con toda seriedad merece el nombre de instinto de muerte, mientras que el instinto erótico representa el anhelo de vivir”. Estas pulsiones originarias y profundas son modificadas por el desarrollo cultural, que implican relaciones de pertenencia e identidad entre las personas y se orientan hacia ciertos fines y valores. En su intento, Einstein y Freud coincidieron en el fortalecimiento intelectual y cultural como alternativa en contra de la guerra y moderación del instinto de muerte, para la pacificación humana. A esta forma de pensamiento, le resulta espiritualmente familiar y cercano un muy conocido sentimiento: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Por eso la Nochebuena llena un deseo de Paz. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Reformas estructurales. Primer ciclo



La aprobación de la reforma constitucional en materia energética, coronó un conjunto de modificaciones denominadas estructurales, producidas por un doble acuerdo sucesivo: el acuerdo político denominado Pacto por México; y el acuerdo parlamentario representado por las votaciones de mayoría calificada en las cámaras del Congreso de la Unión. En términos amplios, ambos acuerdos forman parte de la estrategia política del gobierno de la república, consensada o negociada con las principales fuerzas político-electorales del país. El reformismo gradual –o, simplemente, gradualismo– al que en otras ocasiones nos hemos referido, parece seguir confirmándose como una lógica de la política interior mexicana durante un periodo que alcanza ya 35 años, si se toma como punto de partida la inflexión histórico-social representada por la reforma política de 1977. Ésta habría permitido que la reforma del Estado de nuestro tiempo tuviere un contenido más amplio: reforma educativa, reforma fiscal, reforma política y reforma energética, que han significado la modificación de varias disposiciones constitucionales.
Si se calculan bien los efectos de este conjunto de reformas, podremos apreciar que no será la actual administración federal la que verá los esperados positivos resultados que se pretenden de este gradualismo reformador. Es decir, el primer ciclo o fase ha culminado, después del primer año de gobierno con nuevas disposiciones constitucionales a tono con el planteamiento anunciado desde el principio. Sobremanera, la importancia de este paso radicaba en la necesidad de formar la voluntad política suficiente para materializar la decisión parlamentaria y, en seguida, promover la aprobación de las legislaturas locales. Cumplidas las premisas de esta fase inicial, el segundo ciclo se conformará por las reformas legales que desarrollen las nuevas disposiciones constitucionales, como ya sucedió, por ejemplo, en materia de educación, aunque sigue estando pendiente la armonización de la legislación educativa de los Estados. Reglamentar los rubros sobre instituciones y procedimientos electorales federales, su engarce obligado con los procesos electorales locales, así como la reelección permitida para legisladores y munícipes, conjuntamente con las propias necesarias para los hidrocarburos y la electricidad, anuncian, comparativamente con el ciclo anterior, un “menor” esfuerzo político, pero una “mayor” aplicación técnico-legislativa.
Las reformas constitucionales, con todo y su efecto re-estructurador, siempre son técnicamente menos difíciles; empero, su reglamentación lo es más por el detalle y precisión con el que deben legislarse ordenamientos totalmente nuevos. Este segundo ciclo, también verá el desarrollo legal de las disposiciones en materia de transparencia y del nuevo ente facultado para ello, así como del campo que ahora se llama de la “anticorrupción”, dado que ambos rubros provienen, a su vez, de sendas reformas constitucionales. Considerada producto de una sola estrategia, la reglamentación será compleja y polémica –según el cristal político que usa cada fuerza representativa para impulsar su ideario propio–, en los temas educativo, fiscal, electoral, energético, de transparencia y contra la corrupción. Se espera que el segundo ciclo concluya durante el año 2014, antes de las elecciones de 2015. ¿Será?

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Derechos Humanos



Por mucho, los derechos humanos son resultado de la modernidad y juegan un papel central en el mundo contemporáneo. Su protección o violación por parte de los poderes públicos constituidos, otorga el tono para diferenciar a los países de democracia formal de los de democracia real, siguiendo la línea de los estudios políticos; o los  de constitucionalismo declarativo, respecto de los de constitucionalismo efectivo, en el campo jurídico. En cualquiera de los modos que se quiera apreciar, el núcleo de los derechos humanos está formado por una cauda específica de derechos y de libertades –a la vida, propiedad, de expresión, de asociación, a la educación, a la salud, de credo, a un ambiente sano, entre los más significativos- ene los que desde hace algunos años se incluyen los derechos políticos o ciudadanos a votar y ser votados.
El camino para llegar a este exigido campo de aristas diversas, ha introducido prefijos que se unen para referirse a los derechos humanos como una categoría fundamentalmente bio-psico-social, porque la exterioridad y la interioridad humanas se conciben bajo una óptica integral, cuyo tratamiento debe ser cuidado, protegido y respetado, para lo cual no basta declarar simplemente en las cartas constitucionales que se “tienen” derechos humanos, sino que se deben garantizar mediante instrumentos reales, característicamente leyes e instituciones desde el punto de vista de la acción pública, y de sociedades u organismos en la perspectiva de la sociedad civil.
Hace buen tiempo que la concepción “dadora” del Estado –y, por tanto, el único garante de los derechos humanos- ha dado paso a una noción más amplia y realista que reconoce la necesidad de la corresponsabilidad gobernante-gobernado para el ejercicio efectivo de los derechos humanos. En términos sociológicos, en la actualidad se observa una singular relación entre organismos públicos y expresiones sociales de diverso cuño, para “llevarla bien” cuando se tiene como punto referencial a los derechos humanos, creándose verdaderas relaciones transaccionales, basadas en criterios de demanda-respuesta: los ciudadanos que demandan, reclaman violaciones y piden protección; las autoridades exigidas, responden otorgándola. La transacción consiste en que ahora ambas partes mantienen estrechas relaciones, no de amistad, sino de necesidad. La fase de denuncia ciudadana y de silencio de la autoridad de hace algunos años, ha caminado -con escollos no exentos de retrocesos- hacia una relación de intercambio de acciones de evidente beneficio social, porque, a final de cuentas, detrás de los papeles de gobernantes o gobernados está la condición común e insoslayable de que somos personas con derechos humanos. Si los derechos humanos han pasado por una historia de declaración política, reconocimiento jurídico, extensión social, denuncia, reclamo y, finalmente, atención real, la históricamente muy reciente senda del garantismo y de la corresponsabilidad, exhibe un futuro todavía difícil pero prometedor. Por el día mundial de los derechos humanos de cada 10 de diciembre.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿Constitución Postmoderna? II



El reconocimiento del poder postmoderno -simultáneamente concentrado en una pequeña clase dominante y, a la vez, desglosado en miles de pequeños empresarios, grupos y ciudadanos-, donde el Estado ya no es el único que detenta el monopolio de la fuerza física, traería la consecuencia indeseada, pero lógica, de que grupos proscritos por la ley, como los cárteles de narcotráfico regional, nacional y transnacional, detentarían de facto el control de la fuerza física en su zona territorial de influencia, como se ha podido observar en otros países (Colombia, Venezuela) y también en Estados como Michoacán, en México, donde es público y notorio que las fuerzas estatales (ejército, marina y policías) buscan recuperar los espacios que representan la base de la actividad económica que sostiene a ese tipo de delincuencia organizada. Por supuesto, lo relevante no es que el Estado siga siendo más fuerte que las suborganizaciones legales o ilegales, sino que abiertamente le disputen lo que en materia constitucional se denomina “imperium” (poder de mando sobre las personas) y “dominium” (poder de mando sobre las cosas).
En el orden supranacional, Wallerstein reconoce como factores de poder contemporáneos –postmodernos, diríamos nosotros siguiendo a Wolin– a dos fenómenos reales: la globalización (tratados de libre comercio americanos, europeos y asiáticos) y el terrorismo (en los mismos continentes), donde se ve “el primero rebosante de esperanzas y, el segundo, de peligros temibles”, pero cuyo significado requiere cuestionarse, para comprenderlo sin parcialidad. El primero es legal, avasallador y transnacional; el segundo es ilegal, destructivo y, también, transnacional; pero ambos se mueven manifiestamente en el terreno de la realidad social presente y, al parecer, futura. Así, entonces, siguiendo la línea de nuestro artículo anterior y de éste, el constitucionalismo tradicional, que admite la identidad Constitución=Estado Nación, estaría sobrepasado por una realidad social más amplia y compleja que aquella en la que la unidad nacional era la máxima expresión de la organización política.
Curiosamente, una fórmula clásica del siglo XIX debida a Ferdinand Lasalle, ¿Qué es una Constitución?, parece cobrar nuevo significado: una Constitución es la suma de los factores reales de poder, vertidos en una hoja de papel. Por tanto, como lo criticara ese autor, en su tiempo: ¿Debemos permitir el reconocimiento de los nuevos factores reales de poder y constitucionalizarlos? Esto que pareciera una broma de “mal gusto constitucional”, no lo es tanto, o: ¿Qué no se discute y pretende legalizar la producción, tráfico y consumo de estupefacientes? ¿Qué en algunos países no se promueve y practica el terrorismo como una acción casi de política exterior? ¿Qué no hay quien dice que, en nuestro país, representantes del narcotráfico fueron al Senado de la República? Estos son los dilemas fácticos que se enfrentan en el plano teórico constitucional. Por cuerda separada, Ferrajoli ha denominado “poderes salvajes” a la manipulación de la información, la despolitización masiva, la primacía de los intereses privados, la crisis de la participación política, la disolución de la opinión pública y el patrimonialismo. Luego: ¿Cómo debe ser la Constitución Postmoderna? P. D. Felicidades a don Froylán Flores Cancela, justo y merecido.