En una amplia tradición o enfoque de las Ciencias
Políticas, se coloca al conflicto político en el centro de la gestión social, y
como fuentes generadoras de él al poder, los recursos, las características
sociodemográficas y culturales de los individuos –sobre todo si alcanzan el
rango de identidades–, las ideas y los valores. Así inician tanto Sodaro como
Colomer sus respectivos textos, en el ámbito del realismo político, para
desbrozar el contenido de los términos sociedad, política, poder y demás
“grandes temas” asociados. Bajo los enfoques de corte empirista, resulta básica
la premisa de que el conflicto político es producto de la existencia de las
desigualdades entre individuos y grupos; por tanto, la política sería una
práctica o actividad colectiva cuyo propósito sería regular conflictos entre
grupos y alcanzar soluciones –en forma coactiva, si es necesario– que permitan
a la comunidad subsistir y desarrollarse. Sólo hay política en relación con
otros; y si el núcleo de la política es relacional, todo conflicto y solución
políticas siempre son colectivas, y nunca individuales.
Pero el empleo de elementos de coercibilidad o
coacción, para resolver el conflicto político, no significa llanamente el uso libérrimo
de la fuerza. En toda sociedad existen siempre grupos humanos numerosos que
asumen posiciones comunes o discrepantes, conforme a la teoría del interés en
juego, pero en el marco de una estructura de reglas, procedimientos e
instituciones, para el objetivo de tomar decisiones aplicables por la autoridad
estatal. Existen niveles de conflicto político, en atención al número de personas
involucradas, importancia o urgencia del asunto a resolver, donde la
interacción de sujetos ubicados en una determinada problemática adquiere relevancia
según la proximidad o inminencia de sucesos o acciones que pongan en riesgo la
seguridad física o el bienestar material de los afectados. Es como si el
conflicto fuera “la fuerza motriz de la política”; entonces, potencialmente
puede volverse violento, sangriento o llegar al extremo de la guerra. Es decir,
puede ir desde de lo comunitario y subnacional, hasta la esfera nacional o
mundial: desde el pandillerismo, invasiones, tomas de calles, enfrentamientos
de sectas; hasta la guerrilla, las guerras civiles o intestinas, y las guerras
entre bloques de países.
En todos estos casos, la “solución” o “arreglo” se
cifra en criterios de posibilidad o atemperamiento del “conflicto”, aunque ello
no signifique resolver el fondo del problema inmediatamente, porque requiere de
una consecución de pasos a seguir en el mediano y largo plazos. Por ejemplo, el
combate a la narcodelincuencia o delincuencia organizada necesita de una
política pública en materia de seguridad que permita abatir, paulatinamente, la
incidencia de secuestros, robos, homicidios y trasiego de estupefacientes. En
muchos países, como el nuestro, es un clamor social y un conflicto político a
la vez; involucra a los tres órdenes de gobierno, al sector urbano donde habita
el 70% de la población y se expresa en cifras e índices que se busca reducir. La
política logra resolver el conflicto, cuando las expectativas sociales de
mejora en todos estos rubros se vuelven realidad, es decir, cuando se modifican
las condiciones existentes y se perciben así en el ánimo colectivo. Que las
cifras delictivas bajen, no es un asunto de escepticismo u optimismo, es una
necesidad ¿No?