El papel que filósofos y políticos juegan en las
sociedades es un tema antiguo y actual, que se reedita periódicamente, en tanto
que su comparativa con el científico es mucho más reciente. Clásica es la
parábola en la que Platón describía cómo los habitantes de una caverna,
encadenados de piernas y cuellos, sólo podían ver la pared en la que se
proyectaban las sombras de cosas que estaban iluminadas, a espaldas de ellos,
por una luz artificial. El filósofo que, no contento con lo que todas las
personas dicen de las cosas que sólo conocen por sus sombras, se libera de los
grilletes que lo tienen encadenado, se vuelve para mirar los verdaderos objetos
y superar la simple opinión que de ellos se tiene sólo por las imágenes
sombreadas en el fondo de la caverna, para conocer las causas de las cosas tal
y como verdaderamente son, y de dónde proviene el fuego que produce la luz que
las ilumina. Así, finalmente, se logra salir al exterior de la caverna en donde
está la luz del lugar en que no existe tiempo ni espacio y que es donde habitan
las esencias y las ideas eternas de las cosas. El filósofo regresa a la cueva de
la que proviene, pero después de haber contemplado la verdad de las cosas ya no
siente a la caverna como su casa, porque sus ojos ya se acostumbraron a la luz de
las ideas y ya no puede encontrar su camino en la oscuridad de aquélla,
perdiendo su sentido de orientación y su sentido común. Y al intentar contar a
los demás habitantes de la caverna lo que ha visto fuera de ella, lo que dice
no tiene sentido para ellos y, antes bien, lo que habla se vuelve peligroso porque
contradice el sentido común de todos aquellos que no han visto la luz de las
ideas. Se parece a aquel dicho más popular de que en el país de los ciegos el
tuerto es rey; sin embargo, conformes al pensamiento de Platón, en el país de
los ciegos el tuerto está loco porque dice ver lo que nadie puede ver.
Platón daba al filósofo la tarea de conocer verdades
y valores; y al político, la de acercar los asuntos humanos al conocimiento de
esas verdades y valores para dar rumbo interior y exterior a la vida colectiva;
por eso, para los antiguos el filósofo y el político estaban relacionados por
el discurso de uno y la acción del otro, y esto es lo que los hacía
“virtuosos”, porque para los helenos la “virtud” era el uso de la razón para
conducir la vida de la pluralidad. Es Weber uno de los autores más conocidos
que reflexionó sobre la relación entre el político y el científico, a manera de
contraposición entre la conducta del hombre de acción y el quehacer del
investigador –que comparte con el filósofo la búsqueda de las causas ciertas de
las cosas–, pero que puede ser entendida también como una comunicación
dialéctica entre el conocimiento (el del científico) y la acción (la del
político), porque el saber permite una conducta racional que incrementa la posibilidad
de que el político logre las metas de gobierno que busca, relacionadas
directamente con los valores que la sociedad aprecia. Por eso, la alegoría de
la caverna de Platón, dice por su parte Arendt, “está diseñada no tanto para
describir el aspecto de la filosofía desde el punto de vista de la política
como para describir el aspecto de la política, del terreno de los asuntos
humanos, desde el punto de vista de la filosofía”. En su consejo número XL,
Azorín escribió: “Esté, pues, atento el político a lo que dice y a cómo lo
dice… Y en esto precisamente consiste el arte”. Bien ¿O no?