Se ha sostenido que la Ética y el Derecho son
materias distintas que se rigen por sus propios conceptos y objetos; empero,
que sean diferentes ambos campos, no significa que sean opuestos. Si la Ética
tiene por objeto los valores humanos más altos que las personas pueden aspirar
a realizar, de ningún modo el Derecho propone antivalores; por el contrario, en
relación con esos valores humanos, el Derecho es una regla formal o método para
su realización, con el fin de satisfacer el
bien colectivo o social, es decir, de contribuir a la materialización de
situaciones y condiciones realizables. He aquí esta sutil diferencia de propósito:
mientras la Ética tiene un carácter esencial, el Derecho tiene un carácter
instrumental. Esencia e instrumento son necesarios. La búsqueda de valores
supone también la búsqueda de orden y de regularidad en las relaciones
interhumanas, de tal manera que las personas se encuentran ligadas socialmente
por deberes éticos y deberes jurídicos, y así podemos decir que los derechos y
obligaciones que la norma jurídica nos otorga o nos impone constituyen una
transcripción de valores éticos vaciados en leyes. Sólo que al Derecho no le
toca transigir con esencias metafísicas, importantes en sí mismas, sino con
realidades provenientes de la vida en común que se genera a partir de la
convivencia histórica de los grupos sociales, de las costumbres que adoptan, de
las reglas de trato social que crean o de la forma en que organizan el poder
político, todo para preservar la vida y la dignidad, bajo criterios éticos de justicia, igualdad,
libertad, equidad y fraternidad. Y ambas disciplinas tienen en común, también, su
atención al aspecto individual y colectivo de las relaciones humanas. La
diferencia estriba en la posibilidad de realización de los deberes éticos y de
los deberes jurídicos: los primeros radican en y dependen de la conciencia y de
la voluntad; los segundos requieren de la institucionalización del poder
político y de la coercitividad. Nadie como Recaséns lo ha dicho mejor: “El
derecho trabaja con ideales de valor, pero relacionando éstos con realidades
sociales concretas que nos son dadas en la experiencia. Sobre los materiales
que le ofrece la experiencia histórica, la estimativa jurídica proyecta sus
juicios de valor para seleccionar para ordenar esos materiales y articularlos
al servicio de los fines que se han reconocido como valiosos…Las instituciones
jurídicas no plantean solamente un problema de finalidad justa, sino también la
cuestión de saber realizar eficiente y logradamente esta finalidad”. Se
necesitan, entonces, criterios lógicos y racionales para normar, regular,
reglar, la convivencia y la cooperación sociales que son influidas por factores
antropológicos, mentales, biológicos, políticos, económicos; pero, de ninguna
manera, las normas jurídicas son un mero ejercicio lógico-formal, pues en el
momento en que se orientan por fines y propósitos como los que hemos señalado,
se incursiona en el terreno de la estimativa y, por tanto, de los valores
humanos, con el fin último de extirpar la arbitrariedad en el Estado (Derecho
Público) y en la relaciones entre las personas (Derecho Privado). Bien por Recaséns.
jueves, 26 de noviembre de 2015
jueves, 19 de noviembre de 2015
Terrorismo
Ciento veintinueve personas asesinadas y doscientas
veintiuno heridas en París, casi inmediatamente después de los días en que el
catolicismo recuerda a sus muertos, son el saldo de este nuevo dramático y
condenable acto de barbarie que ha consternado al mundo, por su sinrazón,
injusticia, infamia, absurdo, violencia, oprobio e ignominia imperdonables.
Ningún adjetivo es suficiente para calificar las acciones que tienen por objeto
destruir el mayor valor que como especie y como cultura tiene la humanidad: La
vida.
Imposible olvidar lo que Einstein preguntó a Freud con
motivo de la primera guerra mundial, a siete años del inicio de la segunda: El
30 de julio de 1932, Einstein, en una misiva a Freud, le preguntaba,
desconcertado: “¿Existe un camino para liberar a los hombres de la fatalidad de
la guerra? En general, se ha arraigado bastante la comprensión de que esta
pregunta –dado el progreso de la técnica– se ha vuelto una cuestión vital para
la humanidad civilizada, y pese a ello los ardientes esfuerzos y su solución
han fracasado en alarmante medida”. El máximo exponente de la Física le dirigía
una carta al máximo exponente de la Psicología, llena de abatimiento,
desolación y tristeza: “¿Cómo es posible que las masas se dejen encender hasta
el paroxismo y el martirologio…? La respuesta sólo puede ser: en los hombres
vive la necesidad de odiar y de destruir”. Freud contestó que desde los
orígenes de la humanidad “Los conflictos de intereses entre los hombres son
resueltos, principalmente, con el uso de la fuerza”. De la fuerza muscular se
llega a la fuerza de las herramientas y de las armas, y a la fuerza de la
superioridad intelectual, pero “la finalidad de la guerra permanece idéntica:
una de las partes se ve obligada, por los daños sufridos y la merma de sus
fuerzas, a ceder en sus exigencias o en su oposición. Esto se alcanza por
completo cuando la violencia del adversario es suprimida definitivamente, o se
le mata”. Y añadía: en el hombre habitan dos instintos, uno afectivo (eros,
amor) y uno destructivo (thanatos, muerte), que se manifiestan fusionados, con
predominancia de uno u otro según los objetos o personas a que se dirige. El
thanatos “funciona en cada ser vivo y tiene el anhelo de reducir la vida al
estado de materia inorgánica. Con toda seriedad merece el nombre de instinto de
muerte, mientras que el instinto erótico representa el anhelo de vivir”. Estas
pulsiones originarias y profundas son modificadas por el desarrollo cultural,
que implican relaciones de pertenencia e identidad entre las personas y se
orientan hacia fines y valores que se estiman de naturaleza social superior: la
existencia, la libertad, la igualdad, la fraternidad; que justamente se
enarbolaron en la Revolución Francesa contra el despotismo y el terror, a fines
del siglo XVIII. Einstein y Freud coincidieron en la idea del fortalecimiento
intelectual y cultural como alternativa en contra de la guerra y para la moderación
del instinto de muerte, con el propósito de lograr la pacificación humana. No encuentro
otra manera de explicar lo que parece inexplicable.
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jueves, 12 de noviembre de 2015
Ética y Política
Cuando se reflexiona sobre los valores éticos y
políticos, en estrecha relación con el tiempo histórico en el que se intenta su
realización, Savater señala dos elementos que dificultan su comprensión: Uno,
el excesivo utilitarismo y pragmatismo que casi siempre parecen dominar las
actitudes humanas en contra de los principios básicos o fundamentales de los
valores ciudadanos; y, dos, el abandono de los principios, las ideas y los
ideales, en el curso de la vida conforme ganamos edad. La combinación de estas
situaciones lleva a la conclusión de que sólo los más aprovechados o menos
escrupulosos triunfarían, incluso mediante conductas viciadas o corruptas, y en
esto no habría distinción entre políticos y no políticos, porque, como bien dice
nuestro filósofo español, “en una democracia políticos somos todos…[dado que]…la
política es una tarea no a tiempo completo, en buena medida a tiempo parcial,
de todos los ciudadanos; por lo tanto, es inútil simplemente quejarse o
maldecir a los políticos”. En efecto, además de las elecciones y los cargos
públicos, la comunicación y debate entre los ciudadanos sobre cualquier cosa
relativa a nuestra vida en común también es política: funcionamiento de
mercados, vialidades, escuelas, servicios públicos en general; en fin, el
conjunto de comentarios positivos o negativos que hacemos para hablar de las
cosas “bien hechas” o “mal hechas”. Es claro que discutir sobre el bien y el
mal corresponde a la ética, pero ésta por sí sola no remedia los problemas
políticos, porque implica actitudes e intenciones de las personas frente a sus
obligaciones individuales y sociales, de manera que no sea necesario que
alguien nos obligue o vigile en cada momento, para poder distinguir entre lo
bueno y lo malo y actuar en consecuencia. La ética y la política son una suerte
de actitud-reflexión-acción sobre los valores ciudadanos. Por eso podemos decir
que la moralidad es una responsabilidad que depende de la libertad de cada uno
de nosotros para ser nuestros propios censores morales: si la política no está
siempre a nuestro alcance, la ética entendida como moralidad siempre está en
nuestras manos. Por eso son diferentes, como lo dice Savater: “la ética busca
mejorar a las personas, la política busca mejorar a las instituciones”. Las
personas que reflexionamos sobre la libertad o sobre otros valores que
estimamos benéficos para la vida colectiva, podemos orientar la reflexión sobre
los valores políticos mediante la participación ciudadana o la presión social
sobre las instituciones políticas o los políticos, considerando tres valores
fundamentales: la inviolabilidad de la persona humana, de su autonomía y de su
dignidad, de manera que se deba excluir la conversión de las personas en
instrumentos o herramientas; evitar el sacrificio individual, el de parte de la
población por el bienestar de otra parte de ella, o el sacrificio de una
generación por el bienestar de otra; y respetar a las personas por sus méritos
y acciones, y no por su sexo, raza, religión u otros criterios
discriminatorios. El Estado creado por la colectividad es el instrumento político
para cuidar estos valores ciudadanos. Bien por Savater ¿O no?
jueves, 5 de noviembre de 2015
Educación Superior Pública y Privada (III y última)
Las cifras educativas siempre son referentes
cuantitativos que requieren de interpretación o explicación causal. Los números
impactan sólo a los números y esto es verdad, como aforismo, para el caso de la
educación nacional y estatal en sus diversos niveles. No hay duda de que la
tasa de crecimiento de la población durante el todavía muy cercano siglo XX,
pirámides poblacionales, cohortes específicas y variados indicadores
socioeconómicos, muestran que los números de antes son las realidades de ahora,
y esta relación proyección-realidad está separada por apenas 20 años. En
efecto, las principales estimaciones demoeducativas que relacionaban el
comportamiento poblacional en general con la demanda educativa en particular, fueron
realizadas en 1980, y su exactitud para determinar que en el año 2000
viviríamos un descenso importante de la población en edad de escolaridad básica
y que, por el contrario, la de edad en escolaridad media superior y superior
crecería sustancialmente, era un indicador cuantitativo de los problemas de
orden cualitativo que enfrentaríamos con el inicio del nuevo siglo. No obstante
que en nuestro país la educación superior es considerada como el principal
motor del desarrollo nacional y factor real de movilidad social, el descenso de
la tasa de crecimiento poblacional no impedirá la fuerte demanda de servicios
educativos en este nivel, como se observa en el espectacular crecimiento de la
matrícula y del número de instituciones públicas y privadas de educación
superior. Por eso, el desarrollo y tasa de crecimiento de la matrícula escolar
universitaria ha sido vista como logro y como problema. Como logro, porque
significa el éxito de la política educativa estatal, es decir, la
“democratización” de la educación superior; como problema, porque la oferta
educacional seguirá siendo deficitaria durante los próximos diez a quince años,
si se mantienen las tendencias actuales. Por eso Martínez, Seco y Wriedt, estiman
este escenario en 2025: “México, en el bloque regional de América del Norte, tiene
130 millones de habitantes, de la cual 80% en las zonas urbanas del país. Hay
envejecimiento de la población, con un 35% menor de 20 años, un 25% entre 20 a
34 años, y el 40% es mayor de 35. Respecto de 1990, la población ha aumentado
un 50%, la esperanza de vida es de 76 años y la mortalidad infantil es menor al
1%. En la educación, la población mayor de 10 años está totalmente
alfabetizada, con una escolaridad promedio de noveno grado en un sistema de
educación básica obligatoria de 12 años, pero con alto índice de deserción
escolar. Hay obsolescencia de acervos bibliotecarios, rezago en desarrollo
tecnológico, las becas de posgrado han disminuido en casi 80% respecto de 2010,
y la innovación tecnológica se mantiene por debajo de los niveles de los países
desarrollados”. Pues bien: sólo con acciones
de coparticipación entre las universidades públicas y privadas se podrá lograr la instauración de alternativas
académicas de exigencia para vincular la actividad técnica y
profesional con los sectores primario, secundario y terciario de la economía nacional…
Adelante con todo.
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