jueves, 26 de noviembre de 2015

Ética y Derecho


Se ha sostenido que la Ética y el Derecho son materias distintas que se rigen por sus propios conceptos y objetos; empero, que sean diferentes ambos campos, no significa que sean opuestos. Si la Ética tiene por objeto los valores humanos más altos que las personas pueden aspirar a realizar, de ningún modo el Derecho propone antivalores; por el contrario, en relación con esos valores humanos, el Derecho es una regla formal o método para su realización, con el fin de satisfacer el bien colectivo o social, es decir, de contribuir a la materialización de situaciones y condiciones realizables. He aquí esta sutil diferencia de propósito: mientras la Ética tiene un carácter esencial, el Derecho tiene un carácter instrumental. Esencia e instrumento son necesarios. La búsqueda de valores supone también la búsqueda de orden y de regularidad en las relaciones interhumanas, de tal manera que las personas se encuentran ligadas socialmente por deberes éticos y deberes jurídicos, y así podemos decir que los derechos y obligaciones que la norma jurídica nos otorga o nos impone constituyen una transcripción de valores éticos vaciados en leyes. Sólo que al Derecho no le toca transigir con esencias metafísicas, importantes en sí mismas, sino con realidades provenientes de la vida en común que se genera a partir de la convivencia histórica de los grupos sociales, de las costumbres que adoptan, de las reglas de trato social que crean o de la forma en que organizan el poder político, todo para preservar la vida y la dignidad, bajo criterios éticos de justicia, igualdad, libertad, equidad y fraternidad. Y ambas disciplinas tienen en común, también, su atención al aspecto individual y colectivo de las relaciones humanas. La diferencia estriba en la posibilidad de realización de los deberes éticos y de los deberes jurídicos: los primeros radican en y dependen de la conciencia y de la voluntad; los segundos requieren de la institucionalización del poder político y de la coercitividad. Nadie como Recaséns lo ha dicho mejor: “El derecho trabaja con ideales de valor, pero relacionando éstos con realidades sociales concretas que nos son dadas en la experiencia. Sobre los materiales que le ofrece la experiencia histórica, la estimativa jurídica proyecta sus juicios de valor para seleccionar para ordenar esos materiales y articularlos al servicio de los fines que se han reconocido como valiosos…Las instituciones jurídicas no plantean solamente un problema de finalidad justa, sino también la cuestión de saber realizar eficiente y logradamente esta finalidad”. Se necesitan, entonces, criterios lógicos y racionales para normar, regular, reglar, la convivencia y la cooperación sociales que son influidas por factores antropológicos, mentales, biológicos, políticos, económicos; pero, de ninguna manera, las normas jurídicas son un mero ejercicio lógico-formal, pues en el momento en que se orientan por fines y propósitos como los que hemos señalado, se incursiona en el terreno de la estimativa y, por tanto, de los valores humanos, con el fin último de extirpar la arbitrariedad en el Estado (Derecho Público) y en la relaciones entre las personas (Derecho Privado). Bien por Recaséns.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Terrorismo


Ciento veintinueve personas asesinadas y doscientas veintiuno heridas en París, casi inmediatamente después de los días en que el catolicismo recuerda a sus muertos, son el saldo de este nuevo dramático y condenable acto de barbarie que ha consternado al mundo, por su sinrazón, injusticia, infamia, absurdo, violencia, oprobio e ignominia imperdonables. Ningún adjetivo es suficiente para calificar las acciones que tienen por objeto destruir el mayor valor que como especie y como cultura tiene la humanidad: La vida.

Imposible olvidar lo que Einstein preguntó a Freud con motivo de la primera guerra mundial, a siete años del inicio de la segunda: El 30 de julio de 1932, Einstein, en una misiva a Freud, le preguntaba, desconcertado: “¿Existe un camino para liberar a los hombres de la fatalidad de la guerra? En general, se ha arraigado bastante la comprensión de que esta pregunta –dado el progreso de la técnica– se ha vuelto una cuestión vital para la humanidad civilizada, y pese a ello los ardientes esfuerzos y su solución han fracasado en alarmante medida”. El máximo exponente de la Física le dirigía una carta al máximo exponente de la Psicología, llena de abatimiento, desolación y tristeza: “¿Cómo es posible que las masas se dejen encender hasta el paroxismo y el martirologio…? La respuesta sólo puede ser: en los hombres vive la necesidad de odiar y de destruir”. Freud contestó que desde los orígenes de la humanidad “Los conflictos de intereses entre los hombres son resueltos, principalmente, con el uso de la fuerza”. De la fuerza muscular se llega a la fuerza de las herramientas y de las armas, y a la fuerza de la superioridad intelectual, pero “la finalidad de la guerra permanece idéntica: una de las partes se ve obligada, por los daños sufridos y la merma de sus fuerzas, a ceder en sus exigencias o en su oposición. Esto se alcanza por completo cuando la violencia del adversario es suprimida definitivamente, o se le mata”. Y añadía: en el hombre habitan dos instintos, uno afectivo (eros, amor) y uno destructivo (thanatos, muerte), que se manifiestan fusionados, con predominancia de uno u otro según los objetos o personas a que se dirige. El thanatos “funciona en cada ser vivo y tiene el anhelo de reducir la vida al estado de materia inorgánica. Con toda seriedad merece el nombre de instinto de muerte, mientras que el instinto erótico representa el anhelo de vivir”. Estas pulsiones originarias y profundas son modificadas por el desarrollo cultural, que implican relaciones de pertenencia e identidad entre las personas y se orientan hacia fines y valores que se estiman de naturaleza social superior: la existencia, la libertad, la igualdad, la fraternidad; que justamente se enarbolaron en la Revolución Francesa contra el despotismo y el terror, a fines del siglo XVIII. Einstein y Freud coincidieron en la idea del fortalecimiento intelectual y cultural como alternativa en contra de la guerra y para la moderación del instinto de muerte, con el propósito de lograr la pacificación humana. No encuentro otra manera de explicar lo que parece inexplicable.
 
 
 

jueves, 12 de noviembre de 2015

Ética y Política


Cuando se reflexiona sobre los valores éticos y políticos, en estrecha relación con el tiempo histórico en el que se intenta su realización, Savater señala dos elementos que dificultan su comprensión: Uno, el excesivo utilitarismo y pragmatismo que casi siempre parecen dominar las actitudes humanas en contra de los principios básicos o fundamentales de los valores ciudadanos; y, dos, el abandono de los principios, las ideas y los ideales, en el curso de la vida conforme ganamos edad. La combinación de estas situaciones lleva a la conclusión de que sólo los más aprovechados o menos escrupulosos triunfarían, incluso mediante conductas viciadas o corruptas, y en esto no habría distinción entre políticos y no políticos, porque, como bien dice nuestro filósofo español, “en una democracia políticos somos todos…[dado que]…la política es una tarea no a tiempo completo, en buena medida a tiempo parcial, de todos los ciudadanos; por lo tanto, es inútil simplemente quejarse o maldecir a los políticos”. En efecto, además de las elecciones y los cargos públicos, la comunicación y debate entre los ciudadanos sobre cualquier cosa relativa a nuestra vida en común también es política: funcionamiento de mercados, vialidades, escuelas, servicios públicos en general; en fin, el conjunto de comentarios positivos o negativos que hacemos para hablar de las cosas “bien hechas” o “mal hechas”. Es claro que discutir sobre el bien y el mal corresponde a la ética, pero ésta por sí sola no remedia los problemas políticos, porque implica actitudes e intenciones de las personas frente a sus obligaciones individuales y sociales, de manera que no sea necesario que alguien nos obligue o vigile en cada momento, para poder distinguir entre lo bueno y lo malo y actuar en consecuencia. La ética y la política son una suerte de actitud-reflexión-acción sobre los valores ciudadanos. Por eso podemos decir que la moralidad es una responsabilidad que depende de la libertad de cada uno de nosotros para ser nuestros propios censores morales: si la política no está siempre a nuestro alcance, la ética entendida como moralidad siempre está en nuestras manos. Por eso son diferentes, como lo dice Savater: “la ética busca mejorar a las personas, la política busca mejorar a las instituciones”. Las personas que reflexionamos sobre la libertad o sobre otros valores que estimamos benéficos para la vida colectiva, podemos orientar la reflexión sobre los valores políticos mediante la participación ciudadana o la presión social sobre las instituciones políticas o los políticos, considerando tres valores fundamentales: la inviolabilidad de la persona humana, de su autonomía y de su dignidad, de manera que se deba excluir la conversión de las personas en instrumentos o herramientas; evitar el sacrificio individual, el de parte de la población por el bienestar de otra parte de ella, o el sacrificio de una generación por el bienestar de otra; y respetar a las personas por sus méritos y acciones, y no por su sexo, raza, religión u otros criterios discriminatorios. El Estado creado por la colectividad es el instrumento político para cuidar estos valores ciudadanos. Bien por Savater ¿O no?

jueves, 5 de noviembre de 2015

Educación Superior Pública y Privada (III y última)


Las cifras educativas siempre son referentes cuantitativos que requieren de interpretación o explicación causal. Los números impactan sólo a los números y esto es verdad, como aforismo, para el caso de la educación nacional y estatal en sus diversos niveles. No hay duda de que la tasa de crecimiento de la población durante el todavía muy cercano siglo XX, pirámides poblacionales, cohortes específicas y variados indicadores socioeconómicos, muestran que los números de antes son las realidades de ahora, y esta relación proyección-realidad está separada por apenas 20 años. En efecto, las principales estimaciones demoeducativas que relacionaban el comportamiento poblacional en general con la demanda educativa en particular, fueron realizadas en 1980, y su exactitud para determinar que en el año 2000 viviríamos un descenso importante de la población en edad de escolaridad básica y que, por el contrario, la de edad en escolaridad media superior y superior crecería sustancialmente, era un indicador cuantitativo de los problemas de orden cualitativo que enfrentaríamos con el inicio del nuevo siglo. No obstante que en nuestro país la educación superior es considerada como el principal motor del desarrollo nacional y factor real de movilidad social, el descenso de la tasa de crecimiento poblacional no impedirá la fuerte demanda de servicios educativos en este nivel, como se observa en el espectacular crecimiento de la matrícula y del número de instituciones públicas y privadas de educación superior. Por eso, el desarrollo y tasa de crecimiento de la matrícula escolar universitaria ha sido vista como logro y como problema. Como logro, porque significa el éxito de la política educativa estatal, es decir, la “democratización” de la educación superior; como problema, porque la oferta educacional seguirá siendo deficitaria durante los próximos diez a quince años, si se mantienen las tendencias actuales. Por eso Martínez, Seco y Wriedt, estiman este escenario en 2025: “México, en el bloque regional de América del Norte, tiene 130 millones de habitantes, de la cual 80% en las zonas urbanas del país. Hay envejecimiento de la población, con un 35% menor de 20 años, un 25% entre 20 a 34 años, y el 40% es mayor de 35. Respecto de 1990, la población ha aumentado un 50%, la esperanza de vida es de 76 años y la mortalidad infantil es menor al 1%. En la educación, la población mayor de 10 años está totalmente alfabetizada, con una escolaridad promedio de noveno grado en un sistema de educación básica obligatoria de 12 años, pero con alto índice de deserción escolar. Hay obsolescencia de acervos bibliotecarios, rezago en desarrollo tecnológico, las becas de posgrado han disminuido en casi 80% respecto de 2010, y la innovación tecnológica se mantiene por debajo de los niveles de los países desarrollados”. Pues bien: sólo con acciones de coparticipación entre las universidades públicas y privadas se podrá lograr la instauración de alternativas académicas de exigencia para vincular la actividad técnica y profesional con los sectores primario, secundario y terciario de la economía nacional… Adelante con todo.