Hoy
día la Constitución Federal usa los nombres Estados Unidos Mexicanos,
República, Nación Mexicana, pueblo mexicano y México; pero el Presidente
Calderón acaba de revivir, como no queriendo, su propuesta de cambiar el nombre
del país: México, en lugar de Estados Unidos Mexicanos. Desde el 22 de enero de
2003, siendo diputado federal, Felipe Calderón propuso una iniciativa en ese
sentido; después lo hizo el diputado federal Raymundo Cárdenas Hernández, del
PRD, el 22 de agosto de 2007. Sobre el particular, intelectuales e
investigadores de talla se han manifestado de diverso modo. Por ejemplo, en
septiembre de 2008, algunos de éstos señalaron lo siguiente: Roger Bartra decía
que sí se debe cambiar porque así nos “hemos llamado” desde hace mucho tiempo;
Carlos Monsiváis dijo que sí “para no perder la costumbre histórica”; Elena
Poniatowska también estuvo de acuerdo, para no parecernos a Estados Unidos (de
América); Juan Villoro expresó que sería sensato porque ese es su nombre
histórico; Denisse Dresser opinó que la propuesta es simplemente “pequeña,
chata e irrelevante”; en cambio, Enrique Semo se opuso porque “desde el Acta
Constitutiva de 1824 el nombre de nuestra República es el de Estados Unidos
Mexicanos” y eso no es “fruto de un capricho o de una casualidad”. Por encima
de todas estas opiniones, brilla intensamente el detallado y erudito estudio de
Gutierre Tibón, el escritor ítalo mexicano autor de “Historia del nombre y de
la fundación de México”, quien desbroza no sólo la etimología de la palabra
“México”, sino que hace una interpretación nueva y sorprendente, acudiendo a
los elementos esotéricos, mitológicos, arqueológicos, geológicos,
antropológicos, toponómicos y, por supuesto, histórico sociales, involucrados
en el conocimiento de las raíces profundas de la mexicanidad. Tibón abreva en
Durán, Sahagún, Tezozómoc y Chavero, así como en Hermann Beyer, Antonio Caso,
Eduardo Seler, Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla, para llevarnos de
Aztlán a México Tenochtitlan; de Anáhuac a Nueva España; y también al nombre de
“México” en las diversas lenguas indígenas mesoamericanas; en suma, del mito y
la magia a la historia de la fundación del nombre y del lugar “México”, al que
González y González incorporaría las dimensiones de matria y patria al aludir a
nuestro país. Si Semo se muestra contrario a “cambiar” el nombre de Estados
Unidos Mexicanos por el de México, don Edmundo O´Gorman detallaría el origen
legítimo y la autenticidad de la formación histórica del nombre “Estados Unidos
de Mexicanos”. Recuerdo, en mi opinión, que, desde diciembre de 1993, el gran
constitucionalista mexicano, don Antonio Martínez Báez, habría zanjado toda
discusión: “se habla de introducir el nombre de ‘México’ en nuestra
Constitución. Como si México no se llamara por muchos conceptos ‘México’…está
desde su nacimiento dando…sustancia, esencia, a nuestro Estado… México califica
a los Estados Unidos Mexicanos o los adjetiva. Tenemos ya el nombre de México”.
Con su agudeza, don Antonio haría una analogía mordaz con dedicatoria: “¿es
necesario que se consignen en la Constitución los colores del pabellón
nacional? No, porque están ahí ya ¿Quién es el valiente que pide que se cambien
los colores de la bandera? ¿O que tengamos una estrella abajo del águila o que
seamos una estrella de un pabellón extranjero?”. ¿Qué opinará Mr. Calderón?
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