miércoles, 21 de mayo de 2014

Política y Estado


Cuando Weber escribió en “El político y el científico” que el concepto “Política” se podía aplicar al atributo –legal o carismático; o a una combinación de ambos- para dirigir o influir sobre la dirección de un Estado, definiendo a éste como una asociación política cuyo medio más distintivo era el de tener el monopolio de la violencia física legítima,  aportaba ya a principios del siglo XX, desde una perspectiva sociológica, uno de los datos más objetivos en el campo de las ciencias sociales, por cuanto a que si el Estado era “la única fuente del derecho a la violencia”, entonces “Política” significaría “la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo componen”, definición que perduró durante prácticamente todo el siglo pasado. Quien si no Hobsbawm habría de explicarnos que el siglo XX “corto” (1914-1991) inició con el derrumbe del siglo XIX “largo” (1780-1914); es decir, el inicio del siglo XX corto estaría marcado por la primera guerra mundial y su fin por la caída del muro de Berlín y la disolución de la antigua URSS. Esa primera guerra mundial –y la segunda- rompieron una civilización eurocentrista, económicamente capitalista, liberal en sentido jurídico-constitucional, políticamente burguesa y científicamente brillante, y de un innegable progreso material, del conocimiento y de la educación. Pero la civilización transformada del siglo veinte viviría sus propias rupturas, que atravesarían por la guerra fría, las recesiones económicas, los déficits y el encarecimiento de la energía, particularmente el petróleo, las crisis económicas internacionales cíclicas, el crecimiento demográfico desmesurado, los enormes déficits sociales en empleo, educación, salud y vivienda, el incremento del empobrecimiento y la marginalidad, y la consecuente explosividad de las demandas de una mayor democratización de las opciones de vida frente a una economía neoliberal y globalizada, enfrentando el privilegio absoluto de elites gobernantes con los intereses de mayorías partidizadas, y en el medio también la exigencia de respeto a los derechos de minorías políticamente representativas. La necesidad de un desarrollo humano más amplio y complejo, trajo consigo la instauración de la técnica de elaboración de políticas públicas propositivas, predictivas en la medida de lo posible, y el descrédito de la práctica política de adoptar reacciones pasivas frente a situaciones emergentes o contingentes de apuro social. Ahora, dice Wolin, en las sociedades posmodernas del siglo XXI, las nociones de Política y Estado, centradas en el tradicional monopolio del uso de la fuerza física legítima en un determinado territorio, han sido desafiadas y opacadas por un poder abstracto caracterizado por la generación, control, recolección y almacenamiento de la información y “su transmisión virtualmente instantánea”, con redes de interconexión sin una presencia territorialmente definida “pero con posibilidades sin paralelo para el control centralizado”. El fenómeno mundial no tiene precedentes históricos: una reconcentración de la riqueza y el poder en una clase minúscula, a la par de una dispersión económica, política, social y cultural. Así, afirma Wolin que en el  siglo XXI “el poder posmoderno está simultáneamente concentrado y desglosado”. Luego  entonces: ¿Política y Estado posmodernos? ¿O?

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