El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
apunta que el vocablo “corrupción” se relaciona con la alteración, vicio o
abuso que se introduce en las cosas, y que específicamente en las
organizaciones públicas se entiende por tal a la “práctica consistente en la
utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de
otra índole, de sus gestores”. Y si el prefijo griego “anti” significa
“opuesto, contrario”, entonces la palabra “anticorrupción” significaría, llanamente,
la: “NO utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho,
económico o de otra índole, de sus gestores”; es decir, por obviedad, la
anticorrupción es lo opuesto o contrario a la corrupción. Es a William Pitt, el
emblemático primer ministro británico históricamente nombrado en el último
tercio del siglo XVIII, por el, a su vez, primer parlamento inglés soberano, a
quien se le atribuye la expresión “El
poder ilimitado es capaz de corromper las mentes de aquellos que lo poseen”; y,
con este sentido, a nosotros nos es más conocida la oración de Lord Acton: “Todo
poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Además de
Cosío Villegas, Meyer y Aguilar Camín, a quienes en pasadas colaboraciones he
citado para apreciar la opinión histórica que a ellos les ha merecido el tema
de la corrupción, Carlos Monsiváis ha escrito: “¿Qué es en México la
corrupción? Una extendida y casi obligatoria práctica social, una empresa de
despojo que es técnica de sustentación capitalista, una tradición impuesta que
se vuelve método para trascender las diferencias ideológicas. El avasallamiento
progresivo de la corrupción desplaza a un mito preferencial: las virtudes
épicas de nuestra historia. La ambición épica se traslada del campo de batalla
a la confección de fortunas, de la ostentación del sacrificio a la ostentación
de la ostentación… La campaña que agrega la corrupción a la ‘esencia nacional’
obtiene resultados casi teológicos: si el pecado original de la Revolución
Mexicana es su incapacidad de forjar hombres honrados, la Caída tendrá una
consecuencia: sobre un millón de muertos sólo se puede edificar la opulencia.
Ítem más: si todos somos corruptos, todos somos ahistóricos y pertenecemos a
ese tiempo sin tiempo en el que cada uno tiene su precio”.
Como puede advertirse, la “corrupción” es más que un
simple vocablo de diccionario; es un tema político centenario de total
importancia en el mundo occidental, y también en el pasado y presente de
nuestro país, al que nuevamente me refiero a propósito del denominado Sistema
Nacional Anticorrupción -ya aprobado en el plano constitucional- que entre la
semana pasada y ésta fue completado con la aprobación legislativa de siete
leyes, pero con el dato novedoso de que, entre ayer y hoy, su promulgación ha
sido cancelada “hasta nuevo aviso” por el titular del ejecutivo federal,
seguramente por unos días, ante el efecto noticioso que han tenido las
redacciones de algunos artículos de al menos dos de esas siete leyes, que
disponen reglas para la declaración patrimonial de servidores públicos y en lo
que hace a la fiscalía anticorrupción que se crea, temas que fueron fuertemente
debatidos con reclamos interpartidarios o, más bien, interparlamentarios, de
incumplimiento de acuerdos o de no correspondencia con las ideas que, en forma
de iniciativa, se recibieron de grupos y personas de la sociedad civil. ¿Habrá
veto presidencial? Continuaremos…
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