En dos colaboraciones anteriores sobre este que ya
es todo un tópico, utilicé el mismo título con la diferencia de que ahora lo
coloco entre interrogantes. Lo hago así porque el tema, en su más amplia
consideración social, no es históricamente nuevo, aunque siempre políticamente
fallido. En “Las crisis de México, la de 1946 y la de ahora”, Meyer cita el
discurso del presidente Barack Obama, en Ghana: “Ningún país podrá crear
riqueza si el manejo de su economía tiene como fin el enriquecimiento de sus
líderes o si la policía puede ser comprada por los narcotraficantes. Ningún
empresario querrá invertir en un lugar en donde desde el gobierno le
`descreman´ el 20% de sus utilidades o donde el encargado de las aduanas es un
corrupto. Ninguna persona desea vivir en una sociedad donde el imperio de la
ley es sustituido por el imperio de la brutalidad y del cohecho. Eso no es
democracia, eso es tiranía, incluso si de tarde en tarde se tiene una elección.
Hoy es el momento de que ese estilo de gobernar llegue a su fin (The New York Times)”. El propio Meyer
comenta que “la solución que Obama sugirió a los africanos se podrá aplicar
también al caso mexicano: `lo que se necesita no son hombres fuertes sino
instituciones fuertes´. Cierto, pero resulta que una solución tan fácil de
formular es muy difícil de poner en práctica, sea en África o aquí…en términos
operativos, ¿cómo `mandar al diablo´ las pésimas instituciones que tenemos y
reemplazarlas por las que necesitamos? …Incluso si empezáramos hoy, que no es
el caso, la tarea de rehacer el entramado institucional requiere de una o dos
generaciones para lograr el resultado buscado”. Meyer también cita “La crisis
de México”, escrita por Cosío Villegas, que con unos cuantos cambios podría
haber sido escrita hoy: “En 1946 Daniel Cosío Villegas, tras reflexionar sobre
las perspectivas que se abrían para México al concluir la Segunda Guerra
Mundial, llegó a la conclusión de que nuestra comunidad nacional estaba en
medio de una gran crisis, una crisis de futuro y que la razón era básicamente
una falla moral de las élites…Cosío veía a la clase gobernante como irremediablemente
tocada por la corrupción y por un escaso compromiso con el programa social,
político y cultural que, se suponía, había sido la razón de ser de la lucha de
Madero y sus sucesores…en aras de un proyecto que tuviera sentido para una
mayoría que desde siglos había sido encajonada en una cultura de la pobreza…una
corrupción administrativa general, ostentosa y agraviante, cobijada siempre
bajo un manto de impunidad…La revolución nunca pudo cumplir plenamente…Sin duda
que lo mismo puede decirse del sistema actual”. Este es el tema y contrapunto
cuando se escribe sobre instituciones políticas y legislación social, en
espacios y tiempos concretos de la historia colectiva, y que hoy
inevitablemente se erigen como referentes para examinar el derrotero
constitucional-legal que sigue el llamado “Sistema Nacional Anticorrupción”, que
fuera: a) anunciado desde febrero de 2015 por los legisladores al Congreso de
la Unión como un acuerdo político “histórico”, b) aprobado como un conjunto de
reformas a la constitución federal el 20 de mayo de ese año, y c) justo en esta
semana de junio de 2016, debatiéndose en el plano de la legislación ordinaria
(7 leyes), pero ya sin el acuerdo que se presumió antes. Qué: ¿Se corrompieron
los acuerdos? Sería el colmo.
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