No obstante que
los primeros elementos de inicial actuación de asambleas nos remontan a la
antigüedad clásica, y se relacionan con la función de éstas en las sociedades
griega y romana, es plausible afirmar que los antecedentes del Parlamento, como
institución a cargo de embrionarias funciones legislativas y presupuestarias,
se da en la alta Edad Media, a partir de la conjugación de pragmatismo y
necesidad realizada sólo en el medioevo occidental, que se desarrolla y
enriquece durante el Renacimiento, implicándose plenamente -primero en
conflicto, luego como parte integrada al todo- en el fenómeno de consolidación
del Estado Moderno. Por supuesto, el término Parlamento nos remite a la asamblea política que tomó tal
denominación en Inglaterra, cuyo origen se remonta a la segunda mitad del siglo
XI, durante el reinado de Guillermo, Duque de Normandía, con quien Inglaterra
se consolida como un estado política y administrativamente centralizado en el
poder absoluto del monarca, quien establece el Consejo o Curia Regis, institución de derivación normanda, cuyo símil en la
tradición anglosajona recibía el nombre de Witenagemont,
presidido por el Rey, que tenía la función de prestarle consejo respecto de
asuntos de Estado.
A lo largo de cuatro siglos, el Consejo evolucionó para
consolidar funciones que le hicieron asumir las características de Parlamento
en sentido moderno, recibiendo ese nombre desde el siglo XIII: “lugar donde se discute”. En el contexto histórico del conflicto seglar entre la
Corona y el Parlamento, fue hacia el siglo XVIII que esa relación se
significó por una mayor estabilidad, no libre de intentos de corromper a los
parlamentarios, en razón de claros intereses económicos que adquirían expresión
política cuando se materializaba la aprobación de disposiciones,
particularmente de carácter tributario, desarrollándose durante este siglo el
Consejo de Gabinete que iniciaran los hannoverianos. De esta suerte, empezó a
combinarse el liderazgo de la Cámara de los Comunes con la dirección del
Ejecutivo, que originalmente desarrollara Walpole, prácticamente el primero de
los Ministros de Gran Bretaña, y con quien se adoptaron una serie de prácticas
constitucionales, continuadas por William Pitt, que políticamente resultaron en
una posibilidad efectiva de gobernar sólo cuando los Ministros contaban con el
apoyo del Parlamento.
Por eso es
posible decir que, desde la perspectiva de la institución parlamentaria, la
historia política inglesa se ha caracterizado por la lucha de poder, primero,
entre la Corona y la nobleza, después entre la Corona y las comunas y,
finalmente, entre la Corona y los partidos. Y hoy por hoy, no obstante la
formalidad de una estructura bicameral, se puede afirmar que en Inglaterra el
parlamento real lo constituye la Cámara de los Comunes, como espacio
representativo de lucha resultante de una competencia política fundamentalmente
bipartidista, que expresa, históricamente, la originaria alianza de nobles y
burgueses para hacer valer sus intereses y limitar el poder monarcal. Empero, el significado de los hechos históricos ocurridos
no puede ser comprendido a cabalidad sin al menos mencionar al liberalismo,
como uno de los principales fundamentos filosófico-políticos que se constituyó
en valladar contra el pensamiento absolutista erigido en defensa del poder
monarcal. Seguiremos.
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