Resulta notablemente preocupante el clima electoral de inequidad que genera
la conducta del Presidente de la República –constitucionalmente, jefe de estado
y jefe de gobierno-, a quien, desde que asumió el cargo, las más diversas voces
y plumas le reclaman insolvencia política e incapacidad personal para estar a
la altura del cargo que ocupa, empeñado en actuar más como si fuera un
presidente de partido –que ya lo fue-, en cuanta elección federal o local se ha
celebrado durante su mandato. En el rosario de comentarios, se incluyen los
relativos a intromisiones en su propio partido, nepotismo en la designación de
candidatos (el caso de su hermana, malograda excandidata a la gubernatura de
Michoacán) y manoseo en la elección de consejeros y funcionarios partidistas del
PAN. En ese terreno, la crítica política seria se ha apoyado en el análisis y
la conclusión informada que caracterizan al periodismo profesional, sin que
necesariamente ello sea equivalente de la denominada prueba jurídica, útil para
procedimientos administrativos o penales de conclusión judicial. Sin embargo,
dos determinaciones del Instituto Federal Electoral, una en 2010 y otra apenas
la semana pasada de este abril de 2012, que tienen la calidad legal de
evidencia documental emitida por una institución pública de orden y competencia
federal, han puesto nuevamente en el debate nacional el acento sobre la
protección constitucional de que goza el Presidente de la República frente a
casi cualquier presunción de comisión de delitos, en este caso electorales. En
2010, durante el proceso electoral en 15 entidades federativas, el Presidente
Calderón, desde entonces en campaña, hizo y transmitió anuncios y mensajes
sobre inseguridad y logros en materia de salud. Ahora en 2012, el IFE determinó
que el Presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, violó otra vez la
ley electoral federal (Cofipe), al distribuir, mediante del Sistema de
Administración Tributaria, cartas firmadas por él cuyo contenido (con alusión
expresa a obras y acciones gubernamentales) genera inequidad en la contienda electoral.
A confesión de parte, relevo de pruebas, reza un viejo adagio jurídico. Pero, más
allá de que el Presidente sólo puede ser acusado, durante su mandato, por
traición a la patria y delitos graves, y de que esa protección se agota con el
término de su mandato –después de lo cual puede ser acusado y procesado como
cualquier ciudadano-, es decir, más allá de las consecuencias jurídicas debidas
a la conducta desplegada por el Titular del Ejecutivo Federal, a las que habría
que sumar la violación a su protesta de cumplir y hacer cumplir la Constitución
General de la República, es grave que el Presidente Calderón –no el abogado
Calderón-, muestre una conducta carente de mesura política. Con la actuación
que le atribuye pública y oficialmente el Instituto Federal Electoral, el
presidente Calderón se nos muestra falto de la altura constitucional que se
exige de todo jefe de estado, y carente de la sensibilidad social necesaria
para mantener en la mira el costo histórico que ha tenido para los habitantes y
ciudadanos de este país el camino a la democracia. La determinación del IFE parece
confirmar que hace buen rato el Presidente cambió la brújula nacional por la
partidaria, y sin conocimiento de la verdad de un antiguo axioma político: el
gobernante gobierna para el presente; el estadista lo hace para el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario