En nuestra colaboración del 29 de mayo pasado,
apuntamos que “la reforma financiera será la suma de la reforma tributaria
futura y de la reforma bancaria o crediticia” presentada en ese entonces, porque
para que una reforma integral tenga la denominación de “hacendaria”, la materia
a reformar debe involucrar a todo el conjunto constituido por ingresos, egresos
y deuda pública, en cuyo sentido general se incorpora la mencionada reforma
bancaria. En efecto, señalamos que por “financiero-a” se
entiende todo lo concerniente a la hacienda pública y por “finanzas” la propia
hacienda pública, erario o tesoro público, donde caben “todas las categorías y
formas de las transacciones monetarias susceptibles de atesoramiento o
intercambio, originadas en la potestad tributaria del Estado, y cuya
recanalización hacía la sociedad, por la vía del gasto público (bienes,
servicios e inversión pública productiva), conforma la participación estatal en
el direccionamiento equilibrado de los recursos provenientes de la sociedad
contribuyente”.
Debido a lo anterior, la
actual iniciativa presidencial en materia hacendaria resulta, realmente, un
conjunto de leyes a modificar: la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad
Hacendaria, la Ley de Ingresos de la Federación, la Ley del Impuesto al Valor
Agregado, la Ley del Impuesto Especial sobre Producción y Servicios, el Código
Fiscal de la Federación, la Ley Aduanera, la Ley Federal de Derechos, la Ley
del Impuesto sobre la Renta, la Ley de Ingresos sobre Hidrocarburos (nueva
ley), la Ley General de Deuda Pública, la Ley de Petróleos Mexicanos, el
Presupuesto de Egresos de la Federación, las Iniciativas de Reforma
Constitucional en materia de Seguridad Social Universal (artículos 4, 73 y 123
de la Carta Magna), la Ley de la Pensión Universal (nueva ley), la Ley de
Seguro del Desempleo (nueva ley), la Ley de Coordinación Fiscal, la Ley General
de Contabilidad Gubernamental y la Ley General de Salud. En total, más de cinco
mil hojas de una profunda reforma hacendaria que, de entrada, debe “leerse”
como un auténtico producto del Pacto por México, entendido éste último como un
acuerdo político nacional entre las principales fuerzas políticas y partidarias
del país, con el fin de lograr acercamientos y productos legislativos, de
efectos económicos y sociales impostergables.
Desde ya, al evitarse el
impuesto a medicinas y alimentos, y proponerse leyes de pensión universal y de seguro de desempleo, se
recuperan banderas sociales esgrimidas por la izquierda en los últimos diez
años, así como la idea de gravar más a quienes más ganan y, por fin, hacer
tributar a quienes especulan en la bolsa. Por su parte, la derecha ha
manifestado su opinión general favorable en el sentido de ampliar la base
tributaria y abatir la informalidad, con excepción de la eliminación de la
mitad de los regímenes fiscales preferenciales (la consolidación fiscal y la
deducción inmediata de inversión, que han rayado en la evasión fiscal de los
empresarios). En suma, los datos duros que se persiguen son dos muy señalados:
(1) recaudar 240 mil millones de pesos, y (2) estimular y contribuir al
crecimiento económico en alrededor de un 3% durante los siguientes cinco años. Por
de pronto, la reforma se muestra políticamente inteligente y financieramente
deseable. Veremos.
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