Indiscutiblemente, la Educación es un campo que en términos
teóricos y sociales, cobró un impacto universal durante el curso del siglo XX,
estructuralmente acentuado por su relación con el desarrollo económico, tanto
el de orden nacional como el de características supranacionales. El siglo XIX
vio los debates originarios sobre la educación pública en el contexto
latinoamericano y la adopción –por ejemplo, en México– de técnicas de enseñanza
como el elemental método lancasteriano para el aprendizaje de la
lecto-escritura. Fue en el último tercio del siglo XX y, desde luego, en lo que
va del XXI que, además, la educación privada tuvo mayor participación en los diversos
ciclos y modalidades escolares instituidos por la educación pública, desde la educación
básica hasta la superior. Filosofía, Sociología, Psicología y Pedagogía son las
disciplinas que más han contribuido al debate y a las propuestas educativas,
poniendo de relieve una diversidad de factores y problemáticas que hacen de la
Educación un campo de estudio altamente complejo y difícil. W. Jaeger ha mostrado
el sentido del ideal antiguo sobre educación y cultura proveniente de los
grecolatinos, que enfatizaban cultivar “el espíritu y el cuerpo” y los “valores
más altos”, como hoy se sigue haciendo. Rousseau, retomando la perspectiva de
los enciclopedistas y, después de él, los pedagogos Pestalozzi, Herbart,
Freinet, Montessori y Dewey, proponiendo métodos de enseñanza-aprendizaje
centrados en los educandos; Ausubel, Bruner o Piaget construyendo métodos concretos para
interpretar la interacción de las personas o educandos con su entorno, al
asimilar contenidos, esquemas y estructuras de conocimiento; en todos ellos han
estado presentes, en forma tácita o explícita, las preguntas sobre ¿Qué es
educar? ¿Cuáles son los fines y propósitos de la educación? ¿Primacía del desarrollo
individual sobre el social, o lo inverso? Autores y orientaciones, métodos y
preguntas, se han aparejado a la problemática de la masificación de la
educación, entendida como escolarización extensa e intensa. Educación y escuela
están actualmente garantizadas en las más del centenar y medio de
constituciones nacionales existentes en el mundo; y tampoco nadie discute ya que
la educación puede ser formal (en la escuela), no formal (métodos de enseñanza
abierta o tutorial) e informal (la que sucede todos los días, a todas las
edades, debido a la convivencia social). Por supuesto, el núcleo de la relación
educativa lo dan los maestros y los aprendientes, en el contexto amplio de un
sistema educativo que puede adoptar formas federales, estatales o municipales,
debido a que desde la órbita político-constitucional se entiende que las
políticas educativas las instituye el Estado, porque la educación cumple una
función social de primer orden para la transmisión generacional de
conocimientos, habilidades y destrezas, pero también de fines, valores e
ideales, es decir, toda aquella sustancia cultural que se constituye a partir
de la convivencia humana y la participación corresponsable de todos los que, de
un modo u otro, nos interrelacionamos de manera activa o pasiva con las ideas y
el intercambio de prácticas, que implican reconocimiento y recuperación de
costumbres, tradiciones e historia. Apostar por la educación significa apostar
por nosotros, por nuestros hijos, por nuestros nietos, por el país: ¿A qué
queremos apostar?
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