Este es el título del libro más famoso de Víctor
Frankl –uno de los diez libros de más influencia en América-, descubridor de la
Logoterapia, como se conoce a la escuela psicológica que desarrolló, a partir
de la brutalidad de su propia experiencia humana como prisionero en los campos
de concentración alemanes, de la cual sobrevivió después de haber sufrido en
carne propia la bestialidad y destrucción más extremas, y de haber perdido las
personas y las cosas más íntimas y sentidas que un ser humano puede amar, hasta
verse en la total desnudez en el más crudo significado de la palabra. La
lectura de esta obra impacta de manera honda a quien se acerca a ella, porque
permite atisbar la asombrosa capacidad humana para recuperarse, mediante la
liberación que da la fe y la esperanza, después de haber estado postrado por la
tragedia más inhumana que puede vivirse. En Auschwitz perdió a su esposa, a su
hermano y la familia de éste; en Theresienstadt le arrebataron a su madre y en
ese mismo campo vio morir a su padre.
Transitar y levantarse de la estremecedora cercanía
de la muerte abyecta y sin sentido, del salvajismo de los campos de la muerte, y
sobrevivir para reconstruir el sentido de su existencia, lo llevó a la
conmovedora búsqueda de los elementos para encontrar en la fe por la vida propia
y la esperanza en el género humano, la arquitectura para fundar una psicología
humanista, profunda y revivificadora, fundada en la aceptación de los pensamientos
y de los sentimientos como piedra de toque para la recuperación de nuestro ser
íntimo y verdadero. Frankl no quería que se le viera como un hombre
deslumbrante y excepcional por el trance sufrido, sino como un ser frágil y
endeble. José B. Freire dice de Frankl que
“nada más ingresar en Auschwitz…le invadió la amarga sensación de que
nada suyo le sobreviviría, ni un hijo físico ni un hijo espiritual. Esa
turbadora sensación, más el
presentimiento de las atrocidades por venir, le arrastraron hacia la idea del
suicidio como liberación. Sin embargo, a pesar de ese desplome de ánimo,
´durante la primera noche en el campo me conjuré conmigo mismo para no lanzarme
contra las alambradas [suicidarse]´”.
Agónico y con su psiquismo quebrado, fue liberado el
27 de abril de 1945, y “sin familia, sin hogar ni cobijo, sin dinero, sin
trabajo, sin amigos…al contar la muerte de sus padres y de su esposa, la pena
contenida se desbordó y lloró y lloró, durante interminables horas”. La
experiencia contenida en “El hombre en busca de sentido” es tremendamente
personal y estremecedora. La Psicología que Frankl creó proviene del tormento,
la desnudez, la desnutrición y la vejación inhumana, que él, luchando contra su
debilidad, trocó en esperanza en la vida y en la prodigiosa capacidad espiritual
que habita en cada uno de nosotros. Un viejo maestro, en sus clases de
psicología, solía decir que cuando sintiéramos nuestra vida rota o nuestro
espíritu moribundo, podíamos leer, pero sobre todo “sentir” a Frankl, porque ese
verbo era la esencia de la psicoterapia de ese “psicólogo en un campo de
concentración” cuya fe se expresaba así: “…la vuelta de aquel mundo ignominioso
al caluroso hogar provocaba una maravillosa sensación de fortaleza interior,
pues después de soportar aquellos increíbles sufrimientos, uno ya no tenía nada
que temer, salvo a su Dios”.
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