Desde que Marx escribió su “Crítica de la Economía
Política” (1867), señaló para la investigación económica y su comprensión
panorámica, la necesidad de incorporar el contexto social y las condicionantes
políticas de cada momento histórico, porque no existe economía a secas, sino economía
política siempre. Es falso que Marx inventara la economía política; antes bien,
lo que hizo fue, en gran medida, la crítica de ella a partir de la revisión de
las teorías económico-políticas de Adam Smith (1776), David Ricardo (1817) y John
Stuart Mill (1848). Historiadores de inclinaciones tan diversas como Hobsbawm,
Johnson, Parker, Benz o Graml, que se distinguen por exponer la totalidad de
los acontecimientos en periodos amplios (llámense medias centurias, centurias o
dobles centurias), coinciden en apuntar similitudes y diferencias entre épocas
distantes, particularmente en el campo de la Economía y de la Política, sobre
todo cuando se viven momentos de crisis o rupturas socialmente impactantes.
Quienes se ocupan de la historia en el largo tiempo, con independencia de
enfoques, tienen coincidencias en señalar las causas de estas crisis, sean
revoluciones o cambios de paradigmas, o ambas cosas a la vez, y también en los
indicadores, i. e.: el derecho produce nuevas legislaciones que responden a
nuevos valores o a los intereses en boga, las estadísticas mundiales o
nacionales registran cambios demoeconómicos (distribución por edad y sexo,
migración, ingreso per cápita, PIB), y la prensa, noticiarios, editoriales y
revistas especializadas dan cuenta de cambios políticos y socioculturales
(familia, costumbres, movilizaciones, expresiones, grupos de interés).
Hay similitud de opinión en que la saturación del modelo
económico liberal del siglo XIX precedió a las revoluciones sociales de
principios del siglo XX, cuyo máximo exponente fue la revolución rusa de 1917.
Los “datos duros” de esa época anunciaron la primera guerra mundial, como
algunos políticos de la época vieron venir antes, y su final con el tratado de
Versalles pronosticó –como Keynes lo predijo- la segunda guerra mundial.
Hobsbawm otorga a los historiadores el carácter de “recordadores de lo que sus
conciudadanos desean olvidar” sobre lo que antes ha sucedido, dirigido a
aquellos que toman decisiones políticas o económicas en el presente, pero de
cara al futuro inmediato o mediato por vivir y sus consecuencias sociales. El
derrumbe de los cimientos del mundo anterior, consumado con las dos guerras
mundiales, destruyó la noción de economía nacional, y dio paso al proceso de
liberalización económica que de 1945 a 1990 convirtió al globo en una aldea
mundial, cuya actividad multiforme y multicultural avasalla incluso la vida
privada de hoy. Se dice que los vínculos generacionales, y los del pasado con el
presente, parecen estar desintegrados, y que las formas de las instituciones
públicas nacionales se muestran desconectadas de las actuales formas globalizadas,
francamente transnacionales; como si viviéramos un presente permanente, descarnado,
egocéntrico, hecho para la gratificación propia, y desligado de las
consecuencias que ya se vivieron en el pasado, cuando las desigualdades
económicas produjeron cismas impensables. En efecto, la historia enseña que las
crisis sociales empiezan por la carencia colectiva de expectativas de vida y por
estómagos vacíos. Uff…
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