Esta es una pregunta esencial a la que diversos
autores se han referido a lo largo de la historia, desde Platón y Aristóteles
en Grecia, Polibio y Cicerón en Roma, Maquiavelo y Bodin en el Renacimiento,
Hobbes y Locke en el siglo XVII, Rousseau y Montesquieu en el siglo XVIII,
hasta llegar a los numerosos autores del siglo XX: Weber, Sabine, Dahl,
Chevalier, Arendt, Bobbio, Sartori, Chatelet, Wolin, y un listado abundante de estudiosos,
acorde con el desarrollo de las ciencias sociales y la dureza y conflicto
mundiales vividos en el último siglo, en que se sufrió el totalitarismo más
descarnado y masivo de toda la historia humana, los efectos continentales de la
Guerra Fría, así como la llegada de una lógica trasnacional de carácter
unipolar y de globalización de la economía, con los problemas de ensamble del
respeto a las libertades humanas y del constitucionalismo democrático. ¿Qué es
la política? Si bien puede haber cercanía de enfoques, al mismo tiempo que
diferencias de orientación, antes de caer en la simpleza evasiva de que la
política es el estudio del poder, habría que preguntarse –como lo han hecho
algunos destacados autores– sobre la naturaleza o sustancia de ambos conceptos:
política y poder. Acudamos a uno de ellos. Hannah Arendt cuestiona la pregunta “¿Qué
es la política?” y las respuestas que provienen de la tradición, porque para
comprender su sentido debemos intentar saber el sentido de las actividades
humanas. En primer lugar, la política no tiene sustancia, no es un “algo” que
se pueda tocar o que tenga existencia propia; nace de la pluralidad, de la
diversidad, de la convivencia y del conflicto, no del “hombre” sino entre los
“hombres”, de esa experiencia de vida que involucra agregados humanos que
entablan relaciones de necesidad, caóticas de inicio, a las que le siguen la
organización de las acciones que nunca son idénticas o uniformes y, por tanto,
poseen características de nacimiento y contingencia que hacen impredecible la
acción humana, dado que ésta representa siempre y en cada momento el inicio de
una cadena de acontecimientos. Por eso, la libertad humana nace de la
pluralidad, y siempre es un elemento frágil que se comparte para crear un
espacio público que se nutre de palabras y acciones. Cuando toda esta
caracterización se convierte en discurso, se llega a la noción de “Política”,
donde lo público significa “mundo común” y, entonces, la esfera pública no se
puede desligar de los conceptos de libertad y de igualdad. Esencialmente, la
“Política” no es un objeto, sino una relación; y como la “Política” es de
naturaleza relacional, toda vez que los hombres no son iguales por naturaleza, se
requiere de una institución política que los haga llegar a serlo: las leyes,
que constituyen un acto político de creación colectiva que no buscarían reducir
la pluralidad en algo idéntico o uniforme, sino generar una igualdad básica entre
aquellos que son diversos, para lograr que surja una dimensión de pertenencia y
comunidad. Luego, la “Política” es la palabra que utilizamos para referirnos a
la interacción y trama de las relaciones de los seres humanos: “La política
trata del estar juntos y los unos con los otros de los diversos… el hombre…
sólo existe o se realiza en la política con los mismos derechos que los más
diversos se garantizan”. La Política es una garantía voluntaria de y para los
hombres, y de comprensión de la acción humana plural y diversa. Seguiremos.
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