Con una participación de 47 % de los votantes del
padrón electoral, un poco más de lo acostumbrado en las elecciones intermedias
de cada sexenio federal, la representación legislativa de los partidos
políticos nacionales en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión -porcentajes
más, porcentajes menos- no variará por cuanto a los lugares generales que cada
grupo parlamentario tiene ahora. De mayor a menor, PRI, PAN y PRD continuarán
en ese orden, en atención a su respectivo peso porcentual: 29 %, 21 % y 11 %.
MORENA se estrena con 8 % y el PVEM obtiene 7%. MC obtuvo 6 % por ciento de la
votación, Nueva Alianza casi 4 % y Encuentro Social apenas pasó del 3 %. En
tanto que el PT y el Partido Humanista no alcanzan el 3 % mínimo requerido por
la legislación y perderían su registro como partidos políticos. Lo que produce
las preguntas eternas que dan lugar a las especulaciones de siempre: ¿A dónde
se fueron los puntos porcentuales que perdieron los partidos grandes? ¿A dónde
se irán los votos de aquellos que salgan de la escena electoral inmediata? ¿Se ampliará
o cerrará el sistema de partidos a un rango de más-menos 8 institutos
políticos? ¿El voto se ha atomizado o redistribuido? Y las interrogantes
nuevas: ¿Habrá diputados independientes en el futuro? Difícil saber las
respuestas porque entre elección y elección sólo las grandes líneas se
mantienen, aunque admiten sus propias singularidades. Por ejemplo, sabemos que en
los comicios intermedios los partidos más grandes bajan su número de votos debido
a la mayor abstención y que, lógicamente, los porcentajes sufren modificaciones,
esto último importante para la obtención de las curules de representación
proporcional que se suman a las de mayoría relativa y que dan lugar a la
existencia de la primera, segunda y tercera minorías –y así sucesivamente-,
como se ha dado en llamar y acomodar a los partidos políticos y sus grupos
parlamentarios, porque desde 1997 nadie ha logrado obtener la mayoría absoluta
para decidir por sí mismo la suerte de las iniciativas de ley o decreto, o la
estructura del gobierno interno legislativo; obligando a los acuerdos
intergrupales o interpartidistas (como se quiera decir) para sacar adelante
reformas constitucionales o legales, que ese fue el caso del “Pacto por México”
y de las “Reformas Estructurales”. O para la ya conocida repartición de los
nombramientos de integrantes o miembros de órganos constitucionalmente
autónomos (INE, IFAI, etc.) o de otros poderes (Ministros). Si bien la
singularidad de esta lección es, por supuesto, MORENA, apenas abajo del PRD,
partido del cual se escindió, esta división de “izquierdas”, que muy
difícilmente se podrán poner de acuerdo en temas político-legislativos
concretos o de cierta envergadura, realmente no impacta –diputados más,
diputados menos- en la distribución práctica hasta ahora observada en los
últimos 18 años, porque simplemente los tres partidos políticos más grandes (o
tres primeras “minorías” parlamentarias) sólo han intercambiado posiciones
entre el primero a tercero lugares e, invariablemente, se seguirán necesitando
para todo efecto político práctico entendido como votación legislativa. A todas
luces, los únicos ganadores son los votantes, que ejercieron su derecho sin
temor, con la pasión natural que conlleva el voto, pero sin violencia. Ahí la
llevamos ¿No?
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