jueves, 25 de junio de 2015

Racismo y Poder


Donald Trump acaba de recordarnos, con sus declaraciones públicas, que el racismo se encuentra escalofriantemente en las ideas, creencias o prejuicios de muchos, en este tiempo presente. Entre otras barbaridades racistas, ha dicho Trump que los inmigrantes mexicanos son violadores y narcotraficantes, que México está matando económicamente a EE. UU. y que se necesita un muro entre ese país y el nuestro. Más allá de protocolos diplomáticos o de relaciones internacionales, un personaje mediático al que sólo basta verlo y oírlo para percatarse de sus evidentes carencias y problemas de personalidad, al manifestar, temerariamente, un racismo aberrante y una ignorancia supina, en lugar de hacernos pensar sobre las relaciones bilaterales entre ambas naciones nos dice mucho sobre la particular democracia que se practica en el país más poderoso del mundo, donde el dinero resulta ser la llave que abre todas las puertas para volverse “democrático”. Es como adaptar una frase de Orwell, para decir que en la democracia americana todos son iguales, aunque hay unos más iguales que otros. Desde la antigüedad, Platón y Aristóteles se mostraban escépticos no por cuanto a la democracia en sí misma, sino por los demagogos que podían surgir bajo su sombra y al amparo de las libertades a que da lugar. Por eso ellos veían a la demagogia como la corrupción de la democracia. Y los comentarios vienen a colación, porque las estupideces que dice Trump no pasarían de ser más que los dichos de un personaje adinerado, ignorante e imprudente, pero adquieren resonancia porque este racista resulta que tiene aspiraciones de ser “Mr. President” en su país, a través del partido republicano. Toda una antítesis del Presidente Obama. Nuestros libros de historia, particularmente en el caso de la independencia de México, coinciden en señalar la peligrosa combinación que resulta de involucrar ideas raciales como elementos motivantes en un movimiento social. Por eso las demandas de libertad, ciudadanía, derechos y mejora social fácilmente se engarzaron con las diferencias entre los peninsulares y los “demás” (criollos y castas). Se ha historiado que, bajo las condiciones sociales, económicas y demográficas en que detonó el movimiento de independencia, puede entenderse el sentido de la proclama de Agustín de Iturbide de 24 de febrero de 1821, ilustrativa de la imperiosa necesidad de invocar la conciencia histórica colectiva como sentido de lo nacional, que buscaba, por encima de todo, unificar a una población fuertemente dividida por manifestaciones raciales violentas, acentuadas durante el periodo de guerra independentista: “Americanos: Bajo cuyo nombre comprendo no sólo a los nacidos en América, sino a los europeos, africanos y asiáticos, que en ella residen: tened la bondad de oírme…” La arenga por una reconciliación nacional no era retórica. Llamaba a la reconfiguración de las relaciones sociales, invocando un nacionalismo que no podía provenir del racismo sufrido en los siglos virreinales, recalcado durante los años inmediatos anteriores a la guerra de independencia. En su propia circunstancia, igual necesidad vivió EE.UU., y sus historiadores lo han documentado. Trump debiere leer historia nacional, para saber del enorme costo que significa el racismo, no para que pueda ser Presidente, sino para que no lo sea. ¿Dudas?

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