jueves, 2 de julio de 2015

Ética, Política y Derecho


Cuando se habla de Política y Derecho parece no haber lugar para la Ética. Por supuesto, lo resquemores al respecto provienen, en términos históricos, del Maquiavelo renacentista que escribió El Príncipe, cuyos intérpretes posteriores señalaron que, al fundar el estudio del Estado como ente y concepto, introdujo dos elementos: (1) la separación entre la Política y la Ética; y, (2) el estudio amoral –no inmoral– de la Política. Ideológicamente, estas dos nociones fueron pervertidas para querer justificar la actuación deshonesta de quien administra bienes públicos y que se sirve de ellos para beneficio personal. Esta justificación privó durante los siglos XVIII y XIX, aunque es indudable que durante el XX y en nuestros días sigue vigente. Una cosa es la Política, como teoría y praxis del poder y de las relaciones de fuerza a que da lugar en el entramado de los entes estatales y la vida pública, en búsqueda de una explicación coherente de sus manifestaciones; es decir, como objeto de estudio, en cuyo campo puede observarse a la Ética como una variable interna que aludiría a un comportamiento debido, involucrando fines y medios orientados a la satisfacción del bien colectivo o social. Otra cosa es la deshonestidad –siempre inmoral– que convierte la Política en demagogia, carente ésta de valores, esquemas o lógica objetiva, a no ser la del beneficio personal. El tema se originó en la Filosofía donde, en una concepción, la Ética supone una noción del bien como perfección o felicidad, o sea, como posibilidad de tener al alcance elementos de bienestar (hoy día serían alimento, vivienda, educación, trabajo y salud); en otra, el bien es un objeto de apetencia o placer, claramente referido a la subjetividad de los deseos personales de obtención de bienes materiales o hedonistas.

Política y Ética jamás han estado separadas, porque se implican, interaccionan y sólo se distinguen cuando nos acercamos a ellas, analíticamente, para asir la esencia de cada una. El cabo entre ambos conceptos o arena de debate, lo ha sido el Derecho. Si la Política refiere al ser y la Ética al deber ser, el Derecho se desarrolló como una teoría del orden que ha intentado que el ser y el deber ser se informen mutuamente. Y como la Ética trabaja con el concepto de bien o felicidad y la Política con el de bien público, el Derecho pretende contribuir, bajo una lógica de construcción de normativas, considerando la generalidad de la vida en común y, a la vez, de la vida individual. De las tres, por supuesto, es la Ética la que tiene en su horizonte a la Justicia, la cual le es estructural e inevitable. Implicada con la Política, lleva al viejo y actual aforismo de que en este campo se está por “lo posible” y no por “lo deseable”, aunque en lo posible habita siempre la noción ética de “lo justo”. Por eso, en el Derecho el único poder posible es el poder reglado o normado con criterios de igualdad y equidad, y por eso se dice que el Derecho es derecho más o menos justo, pero no es Justicia, aunque aspira a ella. En contra de la Ética, la Política y el Derecho está la demagogia. Que ésta abunde o que tenga muchos practicantes no elimina, de ninguna manera, la capacidad de entender y comprender la existencia de valores, ideales, realidades y normatividades. Eso decían los filósofos de la Antigüedad, los del Medioevo, los de la Modernidad y los Contemporáneos. Algún acierto habrá ¿No lo cree así?

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