Desde antes de la histórica crisis de los cohetes
rusos, que se ubicaron en Cuba en 1962, hasta este año de 2015, por más de 50
años la “Revolución Cubana” y la “Democracia Americana” mantuvieron sus
relaciones internacionales rotas. Dice Hobsbawm que lo que sucede en nuestro
tiempo de vida individual siempre es un recuerdo más o menos vívido de nuestras
experiencias personales o colectivas, pero cuando sucede antes de nuestra
biografía es Historia. Hoy día, para las generaciones nuevas puede resultar
poco comprensible la relevancia de que EUA y Cuba hayan reanudado relaciones, y
que apenas en este mes de julio de 2015 Cuba haya abierto su embajada en el
número 2630 de la Avenida 16 de Washington DC. En efecto, la Revolución Cubana
de Fidel Castro de 1959, símbolo en el continente americano del enfrentamiento
que en esa época tenían Estados Unidos (occidente) y URSS (oriente) –mejor
conocido como Guerra Fría–, y que dio lugar a la Cortina de Hierro (división entre
los países de Europa Occidental y Oriental, agrupados en torno a uno u otro
polo), trajo consigo eventos de enfrentamiento como la ruptura de relaciones en
1961, el bloqueo económico de la Isla, la salida de Cuba de la OEA
(Organización de Estados Americanos), y la invasión de emigrados anticastristas
en Bahía de Cochinos o Playa Girón en abril de 1961.
Politólogos, historiadores y sociólogos han señalado
los años de 1989-91 como el término de ese largo periodo de Guerra Fría,
significado por la caída del Muro de Berlín, la disolución de la URSS y el ascenso
de la hegemonía económica de Estados Unidos. Estas fechas debieren tener una
extensión hasta este año de 2015, como colofón del último vestigio de Guerra
Fría que quedaba, por agotamiento del modelo de duopolio internacional que
representaron EUA-URSS en general, y por el agotamiento de la Revolución Cubana
en lo particular, que como todo movimiento revolucionario siguió la suerte de
éxito y declive de sus líderes. Tal el caso de Fidel Castro. Indiscutiblemente,
el éxito de la reanudación de las relaciones deben compartirlo esos dos países,
pero es Barack Obama, el presidente americano, a quien se debe más, mucho más, con
toda justicia.
Por supuesto, existen apologistas y detractores de
la oficialización de las nuevas relaciones diplomáticas. No hay duda que la
relación bilateral significa una nueva era para ambos países, y que no estará
exenta de altibajos provenientes de las condiciones vividas en el último medio
siglo. Si Cuba es importante en términos geopolíticos, más lo es en el orden
geoeconómico, y en este último rubro representa una oportunidad para las
empresas americanas y para el empleo en Cuba. El pueblo de Cuba ha ido desde la
reciedumbre hasta el hartazgo. Como toda revolución, la cubana se vio afectada
por el cambio generacional y su gente se encuentra hoy día distante de los
cantos revolucionarios, mitos y verdades de sus orígenes, más preocupada por la
escasez de oportunidades y de satisfactores para la vida diaria, con una
economía nacional muy difícil después de tantas décadas del bloqueo económico.
Y, por otra parte, esto mismo ha resultado costoso para EUA, por considerarse
una injusticia incompatible con los criterios internacionales de democracia y
libertad. Bien.
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