En Grecia inició la civilización occidental. Entre
los siglos VII y V a. C., en una zona que abarcaba la península balcánica de la
actual Grecia, el sur de Italia y Sicilia (Magna Grecia), y la costa occidental
de Asia menor (Jonia), tuvo lugar el deslumbrante desarrollo de la
ciudad-estado (más de 300 polis), de la democracia, la navegación comercial, la
religión politeísta fundada en formas y prácticas humanas, el mito-historia de
Argos y Troya, las constituciones de Solón y Clístenes, las juntas y las
asambleas políticas, la sistematización de la lengua griega y la generalización
del alfabeto fenicio que de forma estilizada hoy usamos todos, la filosofía
presocrática y la de Sócrates, Platón y Aristóteles, la épica de Homero, las
guerras médicas de Maratón y Salamina, la historia de los libros de Heródoto y
Tucídides, las primeras ligas o formas de confederación como forma de
asociación política, la arquitectura monumental y la escultura de arte, el
teatro, la tragedia y la comedia, la potente falange militar hoplita, las
embarcaciones trirremes de guerra, la Acrópolis y el Partenón atenienses y,
destacadamente, la virtud entendida como pensamiento racional y conducta
apegada a un modelo basado en un concepto ético sobre la Justicia y el Bien.
Meritoriamente, o mejor dicho: históricamente,
Grecia es la cuna de la civilización occidental. En este muy antiguo pasado
radica el contraste con su situación actual. Su incapacidad de pago, deuda
externa e interna y crisis política, ha puesto en fuerte predicamento a la
comunidad europea y a las bolsas de todo el mundo, haciendo sonar diversas
alarmas de economía internacional, dada la negativa de sus gobernantes y ahora
de sus ciudadanos en vía de referéndum, de someterse a las exigencias de
disciplina y austeridad en el ejercicio del gasto y en el manejo de la cuenta
pública, conforme al programa que los principales países europeos involucrados –Alemania,
sobre todo– le solicitaron aplicar.
En lo general, podría decirse que es un problema de
globalización; en específico, lo que podría señalarse es que uno de los efectos
más conocidos de las políticas neoliberales aplicadas en países que no tienen
el mismo desarrollo económico, es el de que aquel país que se encuentre en
situación de mayor desigualdad o desequilibrio estructural, no resuelve su
diferencial negativo y, antes bien, le produce problemas internos de capacidad
de pago, desempleo y descapitalización. Apenas ayer declaró el presidente
griego que su gobierno diseñaría un plan de ajuste para salir adelante del
“bache”.
Asunto farragoso y difícil que siempre pone a pensar
a todos aquellos países que se encuentran en situación similar de desfase
económico ante sus socios comerciales, que generalmente, dada su
industrialización y potencial económico, resultan los más beneficiados. Aquí
vale ese aforismo de que “dinero llama a dinero”. Entendido en sentido
contrario: “la ausencia de dinero se traduce en mayor falta de dinero”. No hay
duda que el “caso griego” se va a resolver; lo que no sabemos es a qué costo. Y
cuando se habla de costos debe entenderse siempre que se trata de costos
sociales, es decir, que impactan directamente en los niveles de vida de la
población. ¿O sucede de otra manera?
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