Las elecciones
son inherentes a la democracia. La historia electoral, internacional o
doméstica, ha fundamentado de manera fáctica la circunstancia de que, desde el
siglo XVIII, paulatinamente, las elecciones se erigen en la mejor forma de
facilitar la transferencia del poder. Al admitirse casi de manera indiscutible
este aserto, queda claro por qué los sistemas electorales se diseñan para
cumplir dos funciones: una, técnica, para que los principios y la aritmética
involucrada nos den una representación lo más “exacta” posible de los electores
en los órgano del Estado; y una función política, para otorgar legitimidad al ejercicio
del poder. Por eso, los sistemas electorales se conciben como elementos inseparables
de la democracia representativa. Sin embargo, el asunto de la “exactitud” no es
un asunto fácil ante la pluralidad de las opiniones de los ciudadanos. En
efecto, si la democracia tiene como instrumento la elección, la pluralidad
tiene como supuesto la demografía. Es decir, a mayor demografía mayor
pluralidad política, y aquí es donde surge el debate sobre cuál es el mejor
sistema electoral, o sea, el que mejor refleje la doble circunstancia de toda
democracia representativa: por un lado, el reconocimiento de la decisión de las
mayorías; por otro, la posibilidad de representación de las minorías. La
premisa es que una sociedad es la suma de mayorías y minorías dado que el
consenso (consentimiento de la totalidad) es más bien un tipo ideal que una
realidad.
Ahora bien, tres
son los tipos de escrutinios en que se fundan los sistemas electorales: 1) El
mayoritario, donde no necesariamente se requiere alcanzar la mitad más uno del
universo de votos, sino sólo que el candidato ganador obtenga más votos que los
otros; esto es, se gana con una mayoría relativa; 2) El proporcionalista o de
representación proporcional, en el que a cada partido político se le da un
número de escaños o legisladores atendiendo a su porcentaje de votación; y, 3)
El mixto, que combina el escrutinio mayoritario y el de representación proporcional
(RP). El mixto es el sistema que priva en nuestro país, tanto en los órdenes
federal y estatal, como en el municipal. Así, como sabemos, los Ejecutivos de
estos órdenes de gobierno son elegidos conforme al principio de mayoría
relativa (MR); en tanto que los legisladores son electos conforme a los dos
principios (300 de MR y 200 RP en la Cámara de Diputados; y 96 de MR y 32 RP en
el Senado). En los municipios, el presidente y el síndico son electos por MR, y
los demás ediles por RP. Separados, cada sistema tiene sesgos o inconvenientes
de representación, que se buscan atenuar combinándolos, de manera igualitaria o
predominante. El sistema electoral mexicano es, entonces, un sistema mixto con
predominante mayoritario, al que desde esta última elección de 2015 habrá que
sumarle las particularidades de las candidaturas independientes y las
candidaturas con paridad de género. En efecto, el tema electoral es complicado,
porque nuestra sociedad es cada vez más compleja y plural. ¿Sí o no?
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