El sistema
electoral mexicano es, como antes señalamos, un sistema
mixto con predominante mayoritario, que combina el escrutinio
mayoritario relativo (MR) y el de representación proporcional (RP), que
técnicamente nunca se mezclan o combinan, más bien se yuxtaponen; es decir,
conviven uno al lado del otro, por la necesidad política de respetar el voto de
las mayorías y, a la vez, la representación de las minorías. La tesis es que se
intenta tener la imagen más fiel de los gobernados que votan, para lo cual se
busca un sistema
electoral que dé cuenta de la regla de las mayorías y garantice la pluralidad
de opiniones, con el fin de testimoniar hasta el máximo la libertad de los
ciudadanos; empero, el sistema no busca eliminar la distinción entre
gobernantes y gobernados, a no ser durante los instantes en que personalmente
se ejerce el voto, porque mientras se cruza la boleta electoral y se deposita
en la urna, el ciudadano actúa en nombre y por cuenta del Estado en un plano de
coordinación política. Cuando sólo se usa el sistema mayoritario, para lograr
la mayor votación y legitimidad, se ha ideado la segunda vuelta: si entre varias
opciones nadie obtiene la mitad más uno, los dos candidatos de mayor votación
compiten en una segunda elección, para que exista una posibilidad de gobierno en
una sociedad pluripartidista, lo que ha dado lugar al dicho de que en la
primera vuelta se vota “por” y en la segunda “contra”: en la primera vuelta se elige,
en la segunda se elimina. Dado que el sistema mayoritario tiene deformaciones,
el de representación proporcional busca dar a cada partido un mandato acorde a
su fuerza numérica, de modo que, sobre todo, las asambleas políticas sean un
microcosmos de los representados. Por ello, esta opción hace uso de métodos
matemáticos para lograr la mejor representación proporcional, que nunca son
matemáticamente perfectos. En efecto, la matemática electoral ha recurrido a
variados métodos: cociente electoral, procedimiento del divisor, D’Hondt, media
más alta, resto mayor, resto menor y otros. Pero los principios mayoritarios y
los proporcionalistas son, esencialmente, los extremos de una lógica electoral
cuyos límites son difusos y que se oponen antes que complementarse. Sabedores
de estas condiciones irreductibles, teóricos y políticos tienen que aceptar
defectos de representación que nunca se resuelven, pero que sí se atenúan, en
los diversos sistemas mayoritarios, proporcionales o mixtos. La explicación es
muy sencilla: aún no es posible “matematizar” la voluntad política, individual
o colectiva. De ahí que Cotteret y Emeri digan que en el sistema electoral
mixto “el legislador procede como un barman para un coctel: un dedo de
representación proporcional y dos dedos de escrutinio mayoritario, o viceversa.
En los dos casos, el inventor está a menudo más satisfecho de su mezcla que el
consumidor-elector”. Por tal razón, estos autores asumen una subclasificación
de los sistemas mixtos: el dominante mayoritario, el dominante proporcional y
el equilibrado, que significan algo así como tres formas de cocteles. Así las
cosas, brindemos. Salud.
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