jueves, 27 de agosto de 2015

Sistemas electorales II


El sistema electoral mexicano es, como antes señalamos, un sistema mixto con predominante mayoritario, que combina el escrutinio mayoritario relativo (MR) y el de representación proporcional (RP), que técnicamente nunca se mezclan o combinan, más bien se yuxtaponen; es decir, conviven uno al lado del otro, por la necesidad política de respetar el voto de las mayorías y, a la vez, la representación de las minorías. La tesis es que se intenta tener la imagen más fiel de los gobernados que votan, para lo cual se busca un sistema electoral que dé cuenta de la regla de las mayorías y garantice la pluralidad de opiniones, con el fin de testimoniar hasta el máximo la libertad de los ciudadanos; empero, el sistema no busca eliminar la distinción entre gobernantes y gobernados, a no ser durante los instantes en que personalmente se ejerce el voto, porque mientras se cruza la boleta electoral y se deposita en la urna, el ciudadano actúa en nombre y por cuenta del Estado en un plano de coordinación política. Cuando sólo se usa el sistema mayoritario, para lograr la mayor votación y legitimidad, se ha ideado la segunda vuelta: si entre varias opciones nadie obtiene la mitad más uno, los dos candidatos de mayor votación compiten en una segunda elección, para que exista una posibilidad de gobierno en una sociedad pluripartidista, lo que ha dado lugar al dicho de que en la primera vuelta se vota “por” y en la segunda “contra”: en la primera vuelta se elige, en la segunda se elimina. Dado que el sistema mayoritario tiene deformaciones, el de representación proporcional busca dar a cada partido un mandato acorde a su fuerza numérica, de modo que, sobre todo, las asambleas políticas sean un microcosmos de los representados. Por ello, esta opción hace uso de métodos matemáticos para lograr la mejor representación proporcional, que nunca son matemáticamente perfectos. En efecto, la matemática electoral ha recurrido a variados métodos: cociente electoral, procedimiento del divisor, D’Hondt, media más alta, resto mayor, resto menor y otros. Pero los principios mayoritarios y los proporcionalistas son, esencialmente, los extremos de una lógica electoral cuyos límites son difusos y que se oponen antes que complementarse. Sabedores de estas condiciones irreductibles, teóricos y políticos tienen que aceptar defectos de representación que nunca se resuelven, pero que sí se atenúan, en los diversos sistemas mayoritarios, proporcionales o mixtos. La explicación es muy sencilla: aún no es posible “matematizar” la voluntad política, individual o colectiva. De ahí que Cotteret y Emeri digan que en el sistema electoral mixto “el legislador procede como un barman para un coctel: un dedo de representación proporcional y dos dedos de escrutinio mayoritario, o viceversa. En los dos casos, el inventor está a menudo más satisfecho de su mezcla que el consumidor-elector”. Por tal razón, estos autores asumen una subclasificación de los sistemas mixtos: el dominante mayoritario, el dominante proporcional y el equilibrado, que significan algo así como tres formas de cocteles. Así las cosas, brindemos. Salud.

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