La existencia de asambleas en las que se discutía
sobre asuntos de interés común puede documentarse desde la antigüedad. La polis
practicó esta forma de reunión pública y célebre es el enjuiciamiento de
Sócrates por una asamblea de ciudadanos atenienses que tenía, entre otras
facultades, el poder de decidir sobre la vida o muerte de un congénere. En la
civitas tuvo una notable institucionalización, al grado de que uno de los
resultados en que se observa el paso de la república al imperio se relaciona
directamente con la decadencia de la asamblea senatorial romana y el ascenso de
gobernantes omnímodos. Desde entonces, las asambleas y los gobernantes
absolutos son personajes políticos que se repelen con mutua dureza y
beligerancia. La noción Parlamento se acuñó en
el siglo XIII, pero su naturaleza cambió a
partir de la revolución inglesa de 1688,
cuando el viejo Parlamento asumió un moderno plusvalor político con el ascenso
de las asambleas legislativas al plano de la apropiación colegiada del poder
público, reconfigurando su antigua
función de consejería en un nuevo espacio político, en el que irrumpió exigiendo representatividad
expresada en el traslado del debate de la cosa pública al seno del Parlamento o “lugar donde se discute”. Así, se
constituyó en el recinto de la soberanía y, a finales
del siglo XVIII, pero sobre todo en el XIX, el edificio parlamentario cobró una
presencia urbana significativa en las ciudades capitales occidentales: primero
en Inglaterra, cien años después en Francia y, diez años antes que en ésta, del
otro lado del océano adoptó el nombre de “Congreso” al establecerse la confederación pactada por las
trece colonias americanas. En este continente, bajo formas unicamerales o
bicamerales, las maneras congresionales llegaron para quedarse sin mayor
problema en los Estados Unidos de América; y en la América hispanizada, a
consecuencia de los procesos independentistas, en calidad de laboratorios
ideológicos que ensayaron formas de estado y de gobierno, pagando el precio de
sus prácticas constitucionales con la moneda parlamentaria más cara: la
disolución de Congresos. Parlamentos y Congresos
forman parte del equipamiento cultural urbano. Nuestro
país encuadra en esta situación. En
periodos que van de unos días a decenas de años, el Congreso mexicano ocupó edificios viejos y nuevos,
casas de adobe, parroquias, iglesias y teatros. De las calles de Rayón y
Victoria en la ciudad de Zitácuaro, al Palacio Legislativo de San Lázaro, 25 son los inmuebles que fueron utilizados o
construidos como sedes formales (16 durante la independencia y 9 a partir de 1822). Actualmente, a los sujetos
estatales que tienen a su cargo la función de producir legislación, se les denomina: “Parlamento”
en el régimen de gobierno parlamentario, y “Congreso” en el presidencial, aunque
por funcionalidad, organización y relaciones con los demás poderes del Estado,
se acepta el término “Parlamento” como expresión genérica que alude a las
Asambleas políticas en que reside el Poder Legislativo. Saludos a la nueva
Legislatura Federal, para que esté a la altura de las necesidades de la Nación.
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