jueves, 24 de septiembre de 2015

El Congreso Federal y su ordenamiento interior (II)


A partir del original traslado del debate político al seno del Parlamento, ocurrido primeramente en Inglaterra, los asambleístas observaron, con singular inteligencia, la necesidad de aplicar técnicas, formas y estilos de argumentar, como bagaje indispensable para lograr el éxito en sus intervenciones durante los debates. En este sentido, uno de los íconos parlamentarios más destacados por su estilo argumentativo fue Single speech Hamilton (Hamilton el del discurso único) quien, sin ser el único, antecedió con notable agudeza el sentido deliberativo por excelencia que asumió el Parlamento, como espacio preeminente de expresión y lucha política desde el siglo XVIII. Su sobrenombre proviene de la admiración que provocó la pieza oratoria que expresara en la Cámara de los Comunes, en 1755, con la que intervino durante muchas horas en el debate de respuesta al mensaje de la Corona. A partir de su prolongada experiencia en el Parlamento, conformó un escrito denominado Lógica Parlamentaria en el que resumió, en 553 máximas, un conjunto de reglas prácticas para lograr el triunfo en los debates públicos, basado en la observación de la oratoria de personajes como Fox, Pitt y Burke. De este modo, cobró celebridad la figura de Hamilton, como un moderno Maquiavelo del parlamentarismo y su escrito asumió la categoría de una especie de manual del parlamentario, que nutrió de manera casi universal, a la hora de debatir, la conducta política de los integrantes de las asambleas políticas durante el siglo XIX. Sus notas, curiosamente, permanecieron inéditas y no fueron publicadas sino hasta 1808, doce años después de su muerte, habiendo sido condenadas por autores como Bentham, por considerarlas plenas de indiferencia moral y de cinismo político, como aquellas en las que recomendaba: Afirmad la misma cosa de diferentes maneras: cuando censuréis, buscad algo que aprobar; y cuando aprobéis, buscad algo que censurar. Ceded en un punto de importancia secundaria. Admitid la proposición y negad la consecuencia”; “Cuando os favorezca, separad el hecho del argumento; cuando os perjudique, mezclad el hecho con el argumento”; “Haced pasar lo bueno por lo malo, y viceversa. Examinad uno por uno con mucho cuidado vuestros puntos fuertes, y tened siempre en cuenta los prejuicios dominantes”; “Cuando no consigáis convencer, proponeos deslumbrar acumulando imágenes”; “Cuando no tengáis razón, emplead expresiones amplias y generales (porque son equívocas), y multiplicad las divisiones y distinciones hasta lo infinito”; “Algunos argumentos, alguna ironía, alguna elocuencia: eso es el discurso”; “Recoged la afirmación de vuestro adversario, manifestad que si es verdadera no cambia en nada la cuestión y demostrad enseguida que es falsa”; “Mezclad el razonamiento, el sofisma y la elocuencia”. Desde esa época y más allá de elementos discursivos, a partir de su crítica, la obra de Hamilton llevó a los legisladores a interesarse por los aspectos más generales relativos a la normación o reglamentación de la vida interna de las asambleas deliberantes, como las llamó Burke. Seguiremos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario