A partir del original traslado del debate político
al seno del Parlamento, ocurrido primeramente en Inglaterra, los asambleístas
observaron, con singular inteligencia, la necesidad de aplicar técnicas, formas
y estilos de argumentar, como bagaje indispensable para lograr el éxito en sus
intervenciones durante los debates. En este sentido, uno de los íconos parlamentarios
más destacados por su estilo argumentativo fue Single speech Hamilton (Hamilton el del discurso único) quien, sin
ser el único, antecedió con notable agudeza el sentido deliberativo por
excelencia que asumió el Parlamento, como espacio preeminente de expresión y
lucha política desde el siglo XVIII. Su sobrenombre proviene de la admiración
que provocó la pieza oratoria que expresara en la Cámara de los Comunes, en
1755, con la que intervino durante muchas horas en el debate de respuesta al
mensaje de la Corona. A partir de su prolongada experiencia en el Parlamento,
conformó un escrito denominado Lógica
Parlamentaria en el que resumió, en 553 máximas, un conjunto de reglas
prácticas para lograr el triunfo en los debates públicos, basado en la
observación de la oratoria de personajes como Fox, Pitt y Burke. De este
modo, cobró celebridad la figura de Hamilton, como un moderno Maquiavelo del
parlamentarismo y su escrito asumió la categoría de una especie de manual del
parlamentario, que nutrió de manera casi universal, a la hora de debatir, la
conducta política de los integrantes de las asambleas políticas durante el
siglo XIX. Sus notas, curiosamente, permanecieron inéditas y no fueron
publicadas sino hasta 1808, doce años después de su muerte, habiendo sido
condenadas por autores como Bentham, por considerarlas plenas de indiferencia
moral y de cinismo político, como aquellas en las que recomendaba: “Afirmad
la misma cosa de diferentes maneras: cuando censuréis, buscad algo que aprobar;
y cuando aprobéis, buscad algo que censurar. Ceded en un punto de importancia
secundaria. Admitid la proposición y negad la consecuencia”; “Cuando os
favorezca, separad el hecho del argumento; cuando os perjudique, mezclad el
hecho con el argumento”; “Haced pasar lo bueno por lo malo, y viceversa.
Examinad uno por uno con mucho cuidado vuestros puntos fuertes, y tened siempre
en cuenta los prejuicios dominantes”; “Cuando no consigáis convencer, proponeos
deslumbrar acumulando imágenes”; “Cuando no tengáis razón, emplead expresiones
amplias y generales (porque son equívocas), y multiplicad las divisiones y
distinciones hasta lo infinito”; “Algunos argumentos, alguna ironía, alguna
elocuencia: eso es el discurso”; “Recoged la afirmación de vuestro adversario,
manifestad que si es verdadera no cambia en nada la cuestión y demostrad
enseguida que es falsa”; “Mezclad el razonamiento, el sofisma y la elocuencia”. Desde esa
época y más allá de elementos discursivos, a partir de su crítica, la obra de Hamilton
llevó a los legisladores a interesarse por los aspectos más generales relativos
a la normación o reglamentación de la vida interna de las asambleas deliberantes, como las llamó Burke. Seguiremos...
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