Cuando se reflexiona sobre los valores éticos y
políticos, en estrecha relación con el tiempo histórico en el que se intenta su
realización, Savater señala dos elementos que dificultan su comprensión: Uno,
el excesivo utilitarismo y pragmatismo que casi siempre parecen dominar las
actitudes humanas en contra de los principios básicos o fundamentales de los
valores ciudadanos; y, dos, el abandono de los principios, las ideas y los
ideales, en el curso de la vida conforme ganamos edad. La combinación de estas
situaciones lleva a la conclusión de que sólo los más aprovechados o menos
escrupulosos triunfarían, incluso mediante conductas viciadas o corruptas, y en
esto no habría distinción entre políticos y no políticos, porque, como bien dice
nuestro filósofo español, “en una democracia políticos somos todos…[dado que]…la
política es una tarea no a tiempo completo, en buena medida a tiempo parcial,
de todos los ciudadanos; por lo tanto, es inútil simplemente quejarse o
maldecir a los políticos”. En efecto, además de las elecciones y los cargos
públicos, la comunicación y debate entre los ciudadanos sobre cualquier cosa
relativa a nuestra vida en común también es política: funcionamiento de
mercados, vialidades, escuelas, servicios públicos en general; en fin, el
conjunto de comentarios positivos o negativos que hacemos para hablar de las
cosas “bien hechas” o “mal hechas”. Es claro que discutir sobre el bien y el
mal corresponde a la ética, pero ésta por sí sola no remedia los problemas
políticos, porque implica actitudes e intenciones de las personas frente a sus
obligaciones individuales y sociales, de manera que no sea necesario que
alguien nos obligue o vigile en cada momento, para poder distinguir entre lo
bueno y lo malo y actuar en consecuencia. La ética y la política son una suerte
de actitud-reflexión-acción sobre los valores ciudadanos. Por eso podemos decir
que la moralidad es una responsabilidad que depende de la libertad de cada uno
de nosotros para ser nuestros propios censores morales: si la política no está
siempre a nuestro alcance, la ética entendida como moralidad siempre está en
nuestras manos. Por eso son diferentes, como lo dice Savater: “la ética busca
mejorar a las personas, la política busca mejorar a las instituciones”. Las
personas que reflexionamos sobre la libertad o sobre otros valores que
estimamos benéficos para la vida colectiva, podemos orientar la reflexión sobre
los valores políticos mediante la participación ciudadana o la presión social
sobre las instituciones políticas o los políticos, considerando tres valores
fundamentales: la inviolabilidad de la persona humana, de su autonomía y de su
dignidad, de manera que se deba excluir la conversión de las personas en
instrumentos o herramientas; evitar el sacrificio individual, el de parte de la
población por el bienestar de otra parte de ella, o el sacrificio de una
generación por el bienestar de otra; y respetar a las personas por sus méritos
y acciones, y no por su sexo, raza, religión u otros criterios
discriminatorios. El Estado creado por la colectividad es el instrumento político
para cuidar estos valores ciudadanos. Bien por Savater ¿O no?
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