Ciento veintinueve personas asesinadas y doscientas
veintiuno heridas en París, casi inmediatamente después de los días en que el
catolicismo recuerda a sus muertos, son el saldo de este nuevo dramático y
condenable acto de barbarie que ha consternado al mundo, por su sinrazón,
injusticia, infamia, absurdo, violencia, oprobio e ignominia imperdonables.
Ningún adjetivo es suficiente para calificar las acciones que tienen por objeto
destruir el mayor valor que como especie y como cultura tiene la humanidad: La
vida.
Imposible olvidar lo que Einstein preguntó a Freud con
motivo de la primera guerra mundial, a siete años del inicio de la segunda: El
30 de julio de 1932, Einstein, en una misiva a Freud, le preguntaba,
desconcertado: “¿Existe un camino para liberar a los hombres de la fatalidad de
la guerra? En general, se ha arraigado bastante la comprensión de que esta
pregunta –dado el progreso de la técnica– se ha vuelto una cuestión vital para
la humanidad civilizada, y pese a ello los ardientes esfuerzos y su solución
han fracasado en alarmante medida”. El máximo exponente de la Física le dirigía
una carta al máximo exponente de la Psicología, llena de abatimiento,
desolación y tristeza: “¿Cómo es posible que las masas se dejen encender hasta
el paroxismo y el martirologio…? La respuesta sólo puede ser: en los hombres
vive la necesidad de odiar y de destruir”. Freud contestó que desde los
orígenes de la humanidad “Los conflictos de intereses entre los hombres son
resueltos, principalmente, con el uso de la fuerza”. De la fuerza muscular se
llega a la fuerza de las herramientas y de las armas, y a la fuerza de la
superioridad intelectual, pero “la finalidad de la guerra permanece idéntica:
una de las partes se ve obligada, por los daños sufridos y la merma de sus
fuerzas, a ceder en sus exigencias o en su oposición. Esto se alcanza por
completo cuando la violencia del adversario es suprimida definitivamente, o se
le mata”. Y añadía: en el hombre habitan dos instintos, uno afectivo (eros,
amor) y uno destructivo (thanatos, muerte), que se manifiestan fusionados, con
predominancia de uno u otro según los objetos o personas a que se dirige. El
thanatos “funciona en cada ser vivo y tiene el anhelo de reducir la vida al
estado de materia inorgánica. Con toda seriedad merece el nombre de instinto de
muerte, mientras que el instinto erótico representa el anhelo de vivir”. Estas
pulsiones originarias y profundas son modificadas por el desarrollo cultural,
que implican relaciones de pertenencia e identidad entre las personas y se
orientan hacia fines y valores que se estiman de naturaleza social superior: la
existencia, la libertad, la igualdad, la fraternidad; que justamente se
enarbolaron en la Revolución Francesa contra el despotismo y el terror, a fines
del siglo XVIII. Einstein y Freud coincidieron en la idea del fortalecimiento
intelectual y cultural como alternativa en contra de la guerra y para la moderación
del instinto de muerte, con el propósito de lograr la pacificación humana. No encuentro
otra manera de explicar lo que parece inexplicable.
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