Ciudadanos
votando en alto porcentaje, en paz, con orden social, eficiencia de las
autoridades electorales y seguimiento en todas partes de los resultados de la
elección, son condiciones frías que, humanamente, nos hacen sentir que la
democracia puede tener calidez como forma de vida. Y, a la vez, estos datos
duros globales sirven de hilos conductores para asomarnos a la posible
interpretación inicial de por qué la gran mayoría de los empadronados expresamos
nuestras preferencias comiciales con las variantes observadas este 1° de julio.
En efecto, desde el año 2000 –y su antecedente en 1997-, a partir de la
instrumentación fáctica de la democracia electoral en México, ninguna fuerza
política ha podido decir que tenga para sí la dominancia política de la mayoría
absoluta, porque en estos doce o quince años –según se vea- no ha habido uno,
sino varios predominios: dos nacionales; otros regionales; y varios locales. Además,
estos distintos predominios han coexistido y se han invertido, y por lo visto
así seguirá sucediendo.
Primero lo primero: En lo
general, como pueblo hemos consolidado una genuina puesta de acuerdo en el
ejercicio de la democracia como método e instrumento para decidir,
periódicamente, la dirección política de nuestra vida colectiva. En lo
especial, estamos cuajando una democracia que exhibe nuestras varias
idiosincrasias, y de ahí el múltiple colorido político del presente que, con
distinto peso, inevitablemente recuerda nuestros orígenes, porque nos hemos
construido en el largo tiempo como una nación que proviene de un pasado que combinó
pueblos heterogéneos y culturas prehispánicas diversas, con variedad de lenguas
indígenas que siguen entre nosotros y un arte que gustaba del fuerte contraste
de colores. El mestizaje y el acriollamiento históricos nos recondujeron,
manteniendo nuestras personalidades regionales pero dándonos una identidad de
rasgos nacionales que aflora cada vez que la convocamos. De eso se nutre
nuestra democracia y por eso se pinta de colores: hoy uno es más intenso
(rojo); ayer lo era otro (azul); en medio de ellos se mantiene uno más
(amarillo); y a los tres los acompañan dos tonalidades (verde y blanco). Ninguno
desaparece.
La alternancia democrática de
predominios da lugar a las muchas expresiones que todos los medios han
documentado, narrado u opinado: llanto, risa, coraje, resignación, insultos,
felicitaciones, intelectualismos, populismos, medianías, frustraciones,
expectativas, pesimismo y esperanza: de todo esto se hace la democracia.
Tenemos un triunfador nacional que, desde ya, asumió su papel con prudencia y
equilibrio, sin excesos; un perdedor que prefirió exhibir la mezquindad y regateo
de una personalidad contradictoria, y no la congruencia ideológica y la tozudez
política que le ganaron un lugar en la vida pública; una tercera que expresó su
dolorosa derrota con una enorme honradez, serenidad y dignidad admirables; y un
cuarto que jugó con inteligencia y propósito. Gobierno electo y gobierno
saliente decidieron, con responsabilidad política, anunciar el acuerdo de
proceder a una transmisión ordenada de la administración pública. Nuevamente
tendremos un Congreso sin mayorías absolutas en ninguna de sus cámaras, y la negociación
política deberá imperar como un dato práctico toral para la aprobación de las
reformas legislativas que necesitamos. Abracemos nuestra democracia.
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