miércoles, 4 de julio de 2012

Elección 2012: sin lugar para los lugares comunes




Ciudadanos votando en alto porcentaje, en paz, con orden social, eficiencia de las autoridades electorales y seguimiento en todas partes de los resultados de la elección, son condiciones frías que, humanamente, nos hacen sentir que la democracia puede tener calidez como forma de vida. Y, a la vez, estos datos duros globales sirven de hilos conductores para asomarnos a la posible interpretación inicial de por qué la gran mayoría de los empadronados expresamos nuestras preferencias comiciales con las variantes observadas este 1° de julio. En efecto, desde el año 2000 –y su antecedente en 1997-, a partir de la instrumentación fáctica de la democracia electoral en México, ninguna fuerza política ha podido decir que tenga para sí la dominancia política de la mayoría absoluta, porque en estos doce o quince años –según se vea- no ha habido uno, sino varios predominios: dos nacionales; otros regionales; y varios locales. Además, estos distintos predominios han coexistido y se han invertido, y por lo visto así seguirá sucediendo.

Primero lo primero: En lo general, como pueblo hemos consolidado una genuina puesta de acuerdo en el ejercicio de la democracia como método e instrumento para decidir, periódicamente, la dirección política de nuestra vida colectiva. En lo especial, estamos cuajando una democracia que exhibe nuestras varias idiosincrasias, y de ahí el múltiple colorido político del presente que, con distinto peso, inevitablemente recuerda nuestros orígenes, porque nos hemos construido en el largo tiempo como una nación que proviene de un pasado que combinó pueblos heterogéneos y culturas prehispánicas diversas, con variedad de lenguas indígenas que siguen entre nosotros y un arte que gustaba del fuerte contraste de colores. El mestizaje y el acriollamiento históricos nos recondujeron, manteniendo nuestras personalidades regionales pero dándonos una identidad de rasgos nacionales que aflora cada vez que la convocamos. De eso se nutre nuestra democracia y por eso se pinta de colores: hoy uno es más intenso (rojo); ayer lo era otro (azul); en medio de ellos se mantiene uno más (amarillo); y a los tres los acompañan dos tonalidades (verde y blanco). Ninguno desaparece.

La alternancia democrática de predominios da lugar a las muchas expresiones que todos los medios han documentado, narrado u opinado: llanto, risa, coraje, resignación, insultos, felicitaciones, intelectualismos, populismos, medianías, frustraciones, expectativas, pesimismo y esperanza: de todo esto se hace la democracia. Tenemos un triunfador nacional que, desde ya, asumió su papel con prudencia y equilibrio, sin excesos; un perdedor que prefirió exhibir la mezquindad y regateo de una personalidad contradictoria, y no la congruencia ideológica y la tozudez política que le ganaron un lugar en la vida pública; una tercera que expresó su dolorosa derrota con una enorme honradez, serenidad y dignidad admirables; y un cuarto que jugó con inteligencia y propósito. Gobierno electo y gobierno saliente decidieron, con responsabilidad política, anunciar el acuerdo de proceder a una transmisión ordenada de la administración pública. Nuevamente tendremos un Congreso sin mayorías absolutas en ninguna de sus cámaras, y la negociación política deberá imperar como un dato práctico toral para la aprobación de las reformas legislativas que necesitamos. Abracemos nuestra democracia.


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