Como generalmente sucede, los años de
elecciones federales o estatales producen diferencias interiores en los
partidos políticos, o crisis mayores derivadas de aspiraciones intrapartidistas
de grupos que buscan empoderarse de sus partidos, que se añaden a los, de suyo,
complicados procesos internos de postulación de candidaturas. Así, con base en
los sondeos o encuestas que miden la presencia partidaria entre el electorado,
cada instituto político hace el cálculo de sus posibilidades de triunfo, traducido
en curules y cargos edilicios –presidencias municipales, sindicaturas y
regidurías-; pero estos procesos de orden local adquieren relevancia nacional
cuando su número es nutrido, como en este año que tendremos 14 procesos
electorales en otras tantas entidades federativas. Los resultados de las
elecciones federales del 2012, cambiaron el mapa político nacional y produjeron
los reacomodos conocidos en la nueva correlación de fuerzas, representada por
el número de curules federales, que ahora dan el orden, de mayor a menor,
siguiente: PRI, PRD, PAN y organizaciones restantes. El PRI aprovecha al máximo
la unidad partidista, que es una de sus fortalezas indiscutibles, y la
disciplina parlamentaria de sus diputados y senadores; en tanto que el PRD se
ha repuesto de la escisión lopezobradorista y su dirigencia se ha mantenido
estable, mas no monolítica, porque tiene la diversidad interna que se le
conoce. Acaso el concepto de crisis se actualiza en el PAN, por la destitución
del Senador Cordero como coordinador de su grupo parlamentario en el Senado de
la República, que en unión de los demás senadores “calderonistas” se opuso a las
decisiones de Gustavo Madero, relativas al Pacto por México, redireccionado por
el presidente Peña para incluir previsiones de equidad en los beneficios de los
programas sociales del Gobierno Federal. Apenas ayer, Madero dijo que la
remoción fue “para garantizar la articulación de sus brazos políticos” (los del
CEN del PAN), validando con ello las afirmaciones de los politólogos de que la
fortaleza de un partido político se funda en la relación fiduciaria que guarda
con sus parlamentarios, mediante orden, unidad y disciplina, para fijar
posicionamientos ante el gobierno en el poder. El hilo se rompe por lo más
delgado, sea por rebeldía, sea por ineptitud. En nuestra colaboración de 22 de
agosto de 2012, apuntamos que, a unos días de la instalación de la nueva legislatura
federal, la designación o elección de los
coordinadores parlamentarios de los diversos partidos con representación en las
asambleas políticas nacionales, pareció sujetarse al camino de la eficacia
política y el currículum legislativo; pero a su vez, dijimos que, en el Senado,
Ernesto Javier Cordero Arroyo lo sería porque “todavía le alcanzó el ‘dedo
mágico’ del Presidente Calderón para llegar a la coordinación parlamentaria del
PAN, sin ningún antecedente legislativo ni de elección popular, a no ser la
caricatura de precandidatura presidencial que protagonizó de forma patética e
incolora en su partido, adjetivos estos últimos que parecen pintar su
personalidad y la debilidad del liderazgo artificial que le tocará desempeñar,
quién sabe por cuánto tiempo”. Y justamente el tiempo alcanzó al Sr. Cordero,
enfrentado al presidente de su partido, actualizando, al parecer, el viejo refrán
popular: “Lo que natura no da, Salamanca no empresta”. ¿Hay o no hay?
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