miércoles, 10 de julio de 2013

Democracia y Elecciones

Si Krauze escribió sobre una democracia sin adjetivos, Sartori dio cuenta del cúmulo de calificativos existentes para referirse a la democracia: política, social, económica, industrial, directa, indirecta, participativa, electoral, etcétera. Con intensidad, los últimos veinticinco años nuestro país ha vivido una amplia y gradual reforma política que invariablemente ha tocado el aspecto electoral como punto de referencia básico para medir el grado de democracia y de participación política ciudadana alcanzado en nuestro país. Por supuesto, las transiciones políticas de carácter democrático no se agotan en el ámbito de lo electoral, no obstante sin conocimiento empírico del comportamiento electoral no es posible introducir elementos de objetividad, en el conjunto muy variado de interpretaciones subjetivas que pueden darse. Y la empiria democrático-electoral que actualmente vive nuestro país nos ofrece líneas generales sobre el desarrollo político e institucional del sistema electoral, y de la votación emitida por los ciudadanos: amarillos, rojos, azules, u otras más, hoy día todos los colores son opciones, según regiones y latitudes. El conjunto comicial formado por las elecciones federales de 2012 y las de carácter estatal y municipal ocurridas el pasado domingo 7 de julio de 2013, muestran que la democracia, la alternativa política y la celebración periódica de comicios se han asentado entre nosotros. Por ejemplo, son miles de ciudadanos entre veinte y veinticuatro años de edad los que participaron en la jornada electoral, como presidentes, secretarios o escrutadores, que en 1988 no han habían nacido o que estaban por nacer. Su formación individual, familiar, social y cívica se ha dado a lo largo de este último cuarto de siglo de gradualidad y transición políticas, y si bien saben que la variedad de partidos políticos nacionales y locales existentes se critican, insultan e incriminan entre sí, también saben que los representantes de éstos, acreditados en las mesas de casilla, sólo pueden observar, y que la única autoridad electoral en el día de la jornada son los ciudadanos de esas minúsculas células directivas, para llevar a buen término el registro de los votos y su cómputo correcto. La democracia mexicana ha sido muy costosa, por una doble razón: una, la construcción de instituciones electorales ciudadanizadas, autónomas y no sujetas a las decisiones de gobiernos o de partidos políticos; y, otra, la educación para la participación de los ciudadanos –como votantes y como funcionarios de casillas– con el propósito de internalizar principios democráticos perdurables en los miembros de una sociedad determinada: los valores humanos y sociales; los derechos, pero también los deberes; la tolerancia y la diversidad; las ideas comunes, y también la existencia de ideas diferentes; la toma de cuentas a los gobernantes o la repetición de la confianza; en pocas palabras, la vía pacífica y política para la solución de los conflictos sociales y la demanda de nuestros derechos como personas integrantes del Estado y la Sociedad; a la vez de la negación de la violencia aviesa que se alimenta por intereses y odios personales. Nuestra democracia no es perfecta, no lo va a ser nunca, pero su efectividad depende de la participación de todos nosotros. No la queremos perfecta, pero sí perfectible. ¿Quién no?


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