Sabine, Chevalier, Chatelet, Rawls, Wolin, son
algunos de los nombres de autores clásicos valiosos por la cobertura y
orientación de sus textos de historia política o filosofía política, a los que
se recurre en forma general y a menudo para sustentar conocimientos sólidos
orientados al campo de la ciencia política, y porque abordan desde perspectivas
propias amplios tramos del pensamiento político en el largo tiempo. Frecuentemente,
se estima que la historia política es un campo interdisciplinario en el que
confluyen la política y la historia –aunque esto no sea exacto– y, de modo
crítico, no pocos se preguntan cuál es la utilidad de conocer, en el presente,
modelos o sistemas políticos del pasado, o formas iniciales de ejercer el poder
aún más antiguas. Pues, en primer término la historia política nos ofrece la
posibilidad del contraste, es decir, el necesario criterio de diferenciación entre
postulados y ofertas políticas disímiles que se han puesto en práctica en la
larga duración o simultáneamente en tiempos y circunstancias determinadas.
¿Contra qué contrastar? La respuesta es inevitable: contra
las formas y praxis políticas dominantes. ¿Cuáles hay que elegir para efectuar
el contraste? Pues aquellas cuyo basamento teórico-práctico aboga tanto por el
desarrollo humano como por el desarrollo social, tanto por el interés
particular como por el interés colectivo. ¿Existe una denominación para
identificarla? Sí: Estado de Derecho, que es la fórmula o denominación europea
hoy día completamente extendida desde el siglo XVIII, durante casi un cuarto de
milenio, en el denominado mundo occidental, construido económica, social y
políticamente con base en principios que se han constitucionalizado: libertades
humanas y políticas, protección de la propiedad y del comercio libre, elecciones,
gobiernos representativos, división de poderes, gobernantes temporales
ajustados a periodos de gobierno definidos; en suma, gobiernos, gobernantes y
gobernados regidos por principios democráticos, liberales y un sistema de
frenos y contrapesos. Y el contraste es importante, porque importa saber que
antes del actual Estado de Derecho, con todo lo imperfecto que éste sea, desde
la Antigüedad hasta la Edad Moderna (desde el 450 a. C. a 1789) el mundo no
conoció forma alguna de gobierno en la que se propusiera situar a los derechos
de las personas (hoy derechos humanos) en un lugar preponderante frente a las
atribuciones de las instituciones de gobierno; y el método político que la
historia muestra que Occidente ha elegido es el de la democracia representativa
y la garantía de los derechos humanos.
Se dice que el método no es perfecto, que hay más
democracias formales que reales. Sí ¿Y qué? ¿No aspiramos a mejorarlo? ¿Quién
quiere abandonar sus libertades? ¿Quién pide dejar de votar o ser votado?
¿Quién quiere volver al esclavismo, al absolutismo o al poder arbitrario y sin
frenos? Para eso sirve la historia política, para el conocimiento de los
contrastes entre el pasado y el presente, para contrastar las opciones de vida
antes y ahora, para recordar que sin procesos culturales de humanización no
pasaríamos de ser simples homínidos, para saber de dónde venimos y hacia donde
queremos ir. Cicerón lo dijo muy bien: los pueblos que olvidan su historia
están condenados a repetirla. ¿O no?
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