miércoles, 22 de octubre de 2014

Política e Historia: ¿Historia Política?


Sabine, Chevalier, Chatelet, Rawls, Wolin, son algunos de los nombres de autores clásicos valiosos por la cobertura y orientación de sus textos de historia política o filosofía política, a los que se recurre en forma general y a menudo para sustentar conocimientos sólidos orientados al campo de la ciencia política, y porque abordan desde perspectivas propias amplios tramos del pensamiento político en el largo tiempo. Frecuentemente, se estima que la historia política es un campo interdisciplinario en el que confluyen la política y la historia –aunque esto no sea exacto– y, de modo crítico, no pocos se preguntan cuál es la utilidad de conocer, en el presente, modelos o sistemas políticos del pasado, o formas iniciales de ejercer el poder aún más antiguas. Pues, en primer término la historia política nos ofrece la posibilidad del contraste, es decir, el necesario criterio de diferenciación entre postulados y ofertas políticas disímiles que se han puesto en práctica en la larga duración o simultáneamente en tiempos y circunstancias determinadas.

¿Contra qué contrastar? La respuesta es inevitable: contra las formas y praxis políticas dominantes. ¿Cuáles hay que elegir para efectuar el contraste? Pues aquellas cuyo basamento teórico-práctico aboga tanto por el desarrollo humano como por el desarrollo social, tanto por el interés particular como por el interés colectivo. ¿Existe una denominación para identificarla? Sí: Estado de Derecho, que es la fórmula o denominación europea hoy día completamente extendida desde el siglo XVIII, durante casi un cuarto de milenio, en el denominado mundo occidental, construido económica, social y políticamente con base en principios que se han constitucionalizado: libertades humanas y políticas, protección de la propiedad y del comercio libre, elecciones, gobiernos representativos, división de poderes, gobernantes temporales ajustados a periodos de gobierno definidos; en suma, gobiernos, gobernantes y gobernados regidos por principios democráticos, liberales y un sistema de frenos y contrapesos. Y el contraste es importante, porque importa saber que antes del actual Estado de Derecho, con todo lo imperfecto que éste sea, desde la Antigüedad hasta la Edad Moderna (desde el 450 a. C. a 1789) el mundo no conoció forma alguna de gobierno en la que se propusiera situar a los derechos de las personas (hoy derechos humanos) en un lugar preponderante frente a las atribuciones de las instituciones de gobierno; y el método político que la historia muestra que Occidente ha elegido es el de la democracia representativa y la garantía de los derechos humanos.

Se dice que el método no es perfecto, que hay más democracias formales que reales. Sí ¿Y qué? ¿No aspiramos a mejorarlo? ¿Quién quiere abandonar sus libertades? ¿Quién pide dejar de votar o ser votado? ¿Quién quiere volver al esclavismo, al absolutismo o al poder arbitrario y sin frenos? Para eso sirve la historia política, para el conocimiento de los contrastes entre el pasado y el presente, para contrastar las opciones de vida antes y ahora, para recordar que sin procesos culturales de humanización no pasaríamos de ser simples homínidos, para saber de dónde venimos y hacia donde queremos ir. Cicerón lo dijo muy bien: los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. ¿O no?

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