miércoles, 5 de noviembre de 2014

La influencia de Maquiavelo


La época que tocó a Maquiavelo vivir pertenece al último tercio del siglo XIV y primero del XV. Como escribe Navarro, ingresó a los negocios públicos de la República florentina en que creció para hacerse cargos de funciones diplomáticas, de guerra y comisiones diversas, de cuya experiencia se le atribuyen ideas sobre la organización militar, formación de ejércitos propios y de instrucción y disciplina, que se consideran las bases de los ejércitos modernos. Su contemporaneidad se significa por el retroceso de las instituciones representativas en el Estado, el advenimiento del absolutismo papal y el crecimiento del poder regio o monárquico –en pugna con nobleza, parlamentos, ciudades libres y clero. Es la época originaria de la concentración del poder político que, a la larga, llevaría a los fenómenos de secularización de los siglos posteriores. Así mismo, son años en que el mercantilismo practicado por rutas y puertos monopolizados por comerciantes y gremios de productores empieza a abrirse a nuevas formas de explotación de los recursos nacionales y de fomento interior y exterior, lo que fortaleció a una clase emergente de hombres de empresa y enemigos naturales de la nobleza que buscaron alianzas con el poder regio en contra de la nobleza feudal. El año de 1513 marca el acabado de sus obras políticas más importantes, como los “Discursos sobre la primera década de Tito Livio” y “El príncipe”, ambos orientados hacia el auge y decadencia de los Estados y a las formas cómo los gobernantes pueden actuar para que perduren, porque conforme a Maquiavelo: “los estados y soberanías que han tenido y tienen autoridad sobre los hombres fueron y son repúblicas o principados”. Maquiavelo se ha hecho famoso por la segunda de sus obras en las que abona por un despotismo históricamente necesario en ciertas situaciones sociales, la separación entre la conveniencia política y la moralidad, y la disociación Estado-Iglesia. En ese contexto el florentino le da a conocer –o al menos se lo dedica– a Lorenzo de Médicis “El príncipe”, con reglas pragmáticas para conservar el poder, estimando que la naturaleza humana es fundamentalmente egoísta y ambiciosa, y el individuo un ser débil e insuficiente que requiere del poder del Estado para protegerse de la agresión de otros individuos. Actuaba, así, Maquiavelo, a tono con el fenómeno de corrupción general en que se encontraba la República de Florencia y el Papado, aquejadas de falta de virtud, de ausencia de probidad cívica, de desunión, ilegalidad, deshonestidad y desprecio por la vida de las personas. De las reglas amorales que recomendaba para conservar el poder –engaño, muerte, traición, temor– proviene el adjetivo “maquiavélico” que conocemos. Pues bien, a 500 años de distancia, Maquiavelo sigue siendo lectura de debate, que se confronta directamente con aquellas posturas que proponen o promueven la adopción de valores culturales, éticos o sociales para preservar los más importantes bienes humanos: vida, libertad e igualdad. No hay duda de que lo sucedido en Ayotzinapa es maquiavélico y que los culpables estarían maquiavélicamente orientados por intereses oscuros de poder, fama o riqueza, porque no se puede gobernar comunidades de nuestro tiempo con ideas de hace medio milenio. Ante la barbarie imperdonable, ley y justicia se vuelven imperativamente antimaquiavélicas. Categórico.

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