Las recientes 32 rondas que los diez de los once
integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (el ministro Valls
falleció en diciembre), tuvieron que desahogar para elegir a su ministro
presidente -cuyo nombramiento recayó en Luis María Aguilar Morales-, mostraron
no sólo la escisión interna de ese órgano jurisdiccional, sino sobre todo el
impasse en que cualquier colectivo, por muy pequeño que sea, puede caer por la
falta de una normativa clara que preserve la funcionalidad o la estructuración
de las instituciones. Clásicamente, toda “institución” se forma, al menos, de
tres elementos: personas; edificaciones; y normas; que cobran notable valor
cuando se trata de órganos políticos entre los que se distribuye el poder del
Estado, como el ejecutivo, el legislativo y el judicial (con su órgano superior
de 11 ministros), y en los que, en particular, uno de esos elementos –las
normas- adquieren importancia capital. En efecto, desde fines del siglo XVIII, Bentham,
codificador consumado y filósofo del utilitarismo inglés, autor de “Tácticas de
los Congresos Legislativos”, primer tratado de derecho parlamentario ubicado en
la lógica del constitucionalismo occidental, quien abordó temas sobre el debate
libre y público de cuerpos políticos numerosos y la teoría de la decisión
parlamentaria fundada en la votación mediante la regla de la mayoría, decía: “Si
pudiéramos formar puntualmente la historia de muchos cuerpos políticos,
veríamos que uno se conservó y otro se destruyó por la única diferencia en sus
modos de deliberar y obrar”. Pues bien, la Corte fue, en el hoy, un escenario
del ayer, porque a manera de laboratorio reprodujo los defectos de ausencia de
normas específicas para evitar votaciones al infinito, cuando, como en el caso,
se mantiene el empate entre dos aspirantes que, más bien, parecían
contrincantes. Así fue como se tuvo un espectáculo público que dio lugar a
suspicacias respecto de: intereses personales en juego, porque era evidente que
los dos aspirantes/contrincantes votaban por ellos mismos, so pena de perder la
elección interna; facción o partido, porque los adeptos de uno y otro se
mantuvieron así durante 31 rondas; división interna entre diez seres humanos
que responden, como cualquier persona, a su propia psicología e intenciones
individuales o de grupo; y disenso, que no es otra circunstancia que la falta
de acuerdo previo para resolver diferencias, evitar el toma todo y convenir la
mejor solución dialogada, para mostrar y demostrar que en instituciones como la
Corte, que se presume formada por profesionales más que maduros, expertos en su
oficio y experimentados en la resolución de conflictos o controversias –que eso
es lo que se resuelve en todo juicio al emitir sentencia- la unidad es un
privilegio institucional. Hace 2,500 años, los sabios griegos antiguos,
utilizaban el doble método de elección e insaculación para elegir a los
titulares de las magistraturas: primero, elección; y después sorteo. ¿No habrá
alguna pequeña posibilidad de que la Corte, órgano constitucional a la vez
humano y, por tanto, falible, modifique sus normas y establezca, como lo hacían
los griegos, que después de un cierto número de rondas de votación (3-4), proceda
la insaculación, o sea, sortear a los aspirantes para que en el tribunal máximo
de todos los mexicanos, dador de justicia, se garantice la funcionalidad institucional?
O, entonces ¿por qué se habla de operación cicatriz?
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