jueves, 8 de enero de 2015

¿Elección o Insaculación?


Las recientes 32 rondas que los diez de los once integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (el ministro Valls falleció en diciembre), tuvieron que desahogar para elegir a su ministro presidente -cuyo nombramiento recayó en Luis María Aguilar Morales-, mostraron no sólo la escisión interna de ese órgano jurisdiccional, sino sobre todo el impasse en que cualquier colectivo, por muy pequeño que sea, puede caer por la falta de una normativa clara que preserve la funcionalidad o la estructuración de las instituciones. Clásicamente, toda “institución” se forma, al menos, de tres elementos: personas; edificaciones; y normas; que cobran notable valor cuando se trata de órganos políticos entre los que se distribuye el poder del Estado, como el ejecutivo, el legislativo y el judicial (con su órgano superior de 11 ministros), y en los que, en particular, uno de esos elementos –las normas- adquieren importancia capital. En efecto, desde fines del siglo XVIII, Bentham, codificador consumado y filósofo del utilitarismo inglés, autor de “Tácticas de los Congresos Legislativos”, primer tratado de derecho parlamentario ubicado en la lógica del constitucionalismo occidental, quien abordó temas sobre el debate libre y público de cuerpos políticos numerosos y la teoría de la decisión parlamentaria fundada en la votación mediante la regla de la mayoría, decía: “Si pudiéramos formar puntualmente la historia de muchos cuerpos políticos, veríamos que uno se conservó y otro se destruyó por la única diferencia en sus modos de deliberar y obrar”. Pues bien, la Corte fue, en el hoy, un escenario del ayer, porque a manera de laboratorio reprodujo los defectos de ausencia de normas específicas para evitar votaciones al infinito, cuando, como en el caso, se mantiene el empate entre dos aspirantes que, más bien, parecían contrincantes. Así fue como se tuvo un espectáculo público que dio lugar a suspicacias respecto de: intereses personales en juego, porque era evidente que los dos aspirantes/contrincantes votaban por ellos mismos, so pena de perder la elección interna; facción o partido, porque los adeptos de uno y otro se mantuvieron así durante 31 rondas; división interna entre diez seres humanos que responden, como cualquier persona, a su propia psicología e intenciones individuales o de grupo; y disenso, que no es otra circunstancia que la falta de acuerdo previo para resolver diferencias, evitar el toma todo y convenir la mejor solución dialogada, para mostrar y demostrar que en instituciones como la Corte, que se presume formada por profesionales más que maduros, expertos en su oficio y experimentados en la resolución de conflictos o controversias –que eso es lo que se resuelve en todo juicio al emitir sentencia- la unidad es un privilegio institucional. Hace 2,500 años, los sabios griegos antiguos, utilizaban el doble método de elección e insaculación para elegir a los titulares de las magistraturas: primero, elección; y después sorteo. ¿No habrá alguna pequeña posibilidad de que la Corte, órgano constitucional a la vez humano y, por tanto, falible, modifique sus normas y establezca, como lo hacían los griegos, que después de un cierto número de rondas de votación (3-4), proceda la insaculación, o sea, sortear a los aspirantes para que en el tribunal máximo de todos los mexicanos, dador de justicia, se garantice la funcionalidad institucional? O, entonces ¿por qué se habla de operación cicatriz?

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