jueves, 7 de abril de 2016

Derecho, Historia y Democracia (segunda parte)


En nuestra entrega anterior supimos que, al final de su vida, don Edmundo O`Gorman miraba con humor y escepticismo la facilidad con que tantos en la prensa escribían asegurando que lo que en México hacía falta era decisión para pasar a un régimen democrático y establecer elecciones libres, y escribimos que lo veía necesario, aunque muy difícil en su tiempo. Nos recuerda Aguilar Camín que don Edmundo añadió lo siguiente a su anterior opinión: “Se preguntaba de qué país estábamos hablando. Palabras más o menos, lo escucho decir: -Ojalá fuera tan fácil como que una generación diga con la cabeza: seamos democráticos. La historia de nuestras costumbres dirá otra cosa- …En la impaciencia con que las clases ilustradas veían la realidad política del país él encontraba similitudes con la impaciencia de los liberales del siglo XIX estrellándose con las supervivencias antiliberales novohispanas. Hoy, como hace dos siglos, México le parecía menos impaciente y menos ilustrado que sus élites”. En efecto, sin llegar a sostener que era imposible un cambio democrático en México, O´Gorman simplemente apuntaba la conveniencia de leer un poco de historia, para entender de dónde venimos y saber qué somos. La meritoria y excepcional actitud historiográfica aludida, se orienta a respaldar la idea de método de que los estudios u opiniones jurídicas, históricas y político-sociales, tienen necesidad de interrelacionarse, de ser mutuamente incluyentes, con la prioridad mesurada que proviene del examen interdisciplinario, en beneficio de la vida nacional y regional, para evitar que una u otra se traten o incorporen, simplemente, como la segunda parte de una relación causa-efecto; es decir, que los fenómenos jurídico y político no son simple consecuencia de un hecho histórico verdadero, sino parte fundamental para explicar un verdadero conjunto de hechos históricos de indiscutible impacto en la vida democrática de nuestro país. Indudablemente, los estudios de ciencia política o de constitucionalismo jurídico requieren de orientación histórica sólida. A la falta de esta cualidad debe atribuirse la existencia de trabajos que, en materia de derecho nacional o de política democrática, muchas publicaciones carezcan del rigor histórico metodológico asequible al objeto de estudio, porque en estos campos predomina la idea –aunque no en forma absoluta– de que lo importante es la normativa en sí misma considerada como construcción técnico jurídica, o la democracia entendida como la vulgar importación de esquemas ajenos a nuestra realidad, y donde el vector histórico se aprecia como un elemento cronológico y situacional secundario. La data histórica muestra que la relación entre los hechos sociales, la producción normativa y la praxis política es esencialmente dialéctica; que necesariamente hay tesis y antítesis que permiten síntesis esenciales para nuestra comprensión, porque cada vez que un pueblo necesita tomar decisiones fundamentales para resolver los problemas públicos que le abruman o los conflictos sociales que le desesperan, puede interrogar sus orígenes y dialogar con su pasado, para estar en el presente a plenitud y pensarse en el futuro con un compromiso social. No lo dudemos: conocer nuestra identidad histórica nos da mucho para construir las normas jurídicas que siguen y proyectar la convivencia sociopolítica que queremos. ¿O no?

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