Desde el Derecho, Heller ha señalado que el divorcio
entre la normalidad (realidad) y la normatividad (ley) es el principal asidero
que, desde el historicismo, se usa como argumento para no ingresar en la
historiografía de las instituciones políticas, sus fundamentos jurídicos y su
interrelación sociológica con la colectividad humana de un tiempo y espacio
concretos. Contrario a esta actitud, nada impide preguntarse por qué se da una
sensible distancia o no correspondencia entre el comportamiento social (la
denominada facticidad o cumplimiento de la norma jurídica en el terreno de la
vida real) y la legislación vigente (la específica formalización de la norma). En
México, la diferencia entre la normatividad creada y la normalidad de la vida
social, muy pocas veces ha sido susceptible de estudio propio en el ámbito
histórico social, no obstante que nuestros estados y regiones se muestran como
un involuntario laboratorio de esta realidad de la acción humana, posibilitando
el examen de conductas que, durante siglos, han tenido similitud –mas no
equivalencia– con nuestra contemporaneidad. Por su parte, en el prólogo de “La
Constitución de 1857 y sus críticos” de don Daniel Cosío Villegas, Andrés Lira recuerda
la opinión que Cosío tenía sobre la “Constitución y la Dictadura” de don Emilio Rabasa: “El historiador,
consciente de la inseguridad del sostén documental, lo ha tenido como un libro
para “abogados” (como si los abogados leyeran libros de esta calidad); y el
jurista, deslumbrado por el flechazo luminoso de la intuición histórica, lo ha
tenido como un libro para historiadores”. No obstante la formación original de don
Daniel como abogado, tenía fobia por los “licenciadismos”. También, don Luis
González y González le atribuye a él la hechura del primer estudio colectivo sobre
la historia moderna de México, que dio como resultado una “despampanante” y
“monumental” edición en diez voluminosos tomos: “Algunos historiadores
desaprobaron la utilización de muchas fuentes impresas y pocas manuscritas. Los
de izquierda vieron con susto la costumbre de Cosío de comprender la vida
histórica por las intenciones de los poderosos, que no por las fuerzas
productivas, los modos de producción y la lucha de clases. Se dijo que don
Daniel era un historiador de la poco académica corriente narrativa, que para
colmo de males usaba, en vez de las palabras del gremio, el lenguaje de la
tribu. Sobre su obra, la gente de ínfulas lanzó los dicterios contradictorios
de idealista, positivista, amateur, escolástico, reaccionario, revolucionario,
sin plan, superplaneado, sin unidad, sin diversidad, profuso y defectuoso”. En “La
invención de México”, Aguilar Camín refrasea el título “La invención de América”
de Don Edmundo O`Gorman. El historiador-abogado, decía que frente a la historia
de estructuras económico-sociales de larga duración, hay zonas jurídico-políticas
donde: “la mudanza de valores, costumbres, astronomías mentales que apenas son
alteradas por las revueltas y los pronunciamientos, ni por las leyes, no
digamos por las intrigas y tragedias de palacio. Al final de su vida, O`Gorman
veía con humor y escepticismo la facilidad con que tantos en la prensa
escribían asegurando que lo que en México hacía falta era decisión para pasar a
un régimen democrático y establecer elecciones libres”. Por supuesto, lo veía necesario;
aunque muy difícil en su tiempo. ¿Cómo?
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