sábado, 4 de marzo de 2017

Educación Superior y Autonomía (I)

La educación superior en México hunde sus raíces en la originaria idea de Juan de Zumárraga, Obispo de México, fundador en el primer tercio del siglo XVI del Colegio de Tlatelolco, antecedente de la Real y Pontificia Universidad de México formada mediante Real Cédula de septiembre de 1551. Su creación no se dio “en seco”, como suele decirse. Antes de esa fecha, en 1539 se conoce la Cédula del Virrey Mendoza en pro de la existencia de una universidad; en 1540 empieza a funcionar el Colegio de San Nicolás, a instancias de Vasco de Quiroga; García Cubas refiere que Fray Alonso de la Veracruz obtiene Real Cédula de Carlos V para fundar y dirigir la Universidad de Tiripitío; y entre 1545 y 1564, con motivo del Concilio de Trento que ordenó la fundación de seminarios en teología, la Universidad se ciñe a la formación de bachilleres, licenciados y doctores en derecho y médicos cirujanos. 
Después, ya en el siglo XVII, conocemos la fundación de instituciones universitarias: el Colegio de San Javier, en Mérida (1624), que otorga grados académicos semejantes a los de las universidades españolas; el Seminario Tridentino (1644) de Juan Palafox, Obispo de Puebla, que tres años después se fusiona con el Colegio de San Juan Evangelista para formar el Real y Pontificio Colegio o Seminario Tridentino; en 1678 nace el seminario de Nuestra Señora de la Concepción, en Chiapas. El siglo XVIII ve nacer y desaparecer Colegios: en 1701, el Colegio de Santa María de Todos Santos; el Colegio de San Pedro (1711), Mérida, que cierra en 1726 por falta de sostén; en 1767, con la expulsión de los jesuitas, desaparecen 24 colegios, 10 seminarios y 19 escuelas; y el Real Gobierno crea el Colegio de Nobles Artes de San Carlos (1781), el Jardín Botánico (1788), la Real y Literaria Universidad de Guadalajara (1791) y el Real Seminario de Minería (1792).
En el siglo XIX, la incipiente vida nacional se encontró dominada por el largo y penoso enfrentamiento de liberales y conservadores, produciendo serias limitaciones educativas en todos los niveles y, sobre todo, vaivenes mortales para la Educación Superior, ocasionados por ideas y circunstancias encontradas: en 1833, Valentín Gómez Farías ordena suprimir la Universidad e, igualmente, lo hace Ignacio Comonfort en 1857; Félix Zuloaga la reabre en 1858 y Juárez la desaparece en 1861; los franceses la reabren en 1863 y Maximiliano la cierra en 1865; por fin, en diciembre de 1867, se publica la Ley Orgánica de Instrucción Pública y, en mayo de 1869, Juárez expide otra que dispone la creación de varias carreras nuevas. En efecto, durante la mayor parte del siglo XIX la instrucción profesional –como se le denominaba entonces– no recibió una atención uniforme y la necesidad de su existencia se mantuvo intramuros en colegios de varios Estados de la República, encontrando cauce en el difícil debate en que se vio inmersa y entre los órganos y leyes educativas que se implantaron, hasta cristalizar con la presentación del proyecto de Universidad Nacional que Justo Sierra impulsó desde 1881 hasta su creación el 22 de septiembre de 1910. Continuaremos.

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