El estudio de una concreta y determinada población
configura una realidad, tanto en su aspecto estático como en el dinámico, donde
tienen cabida diseños de investigación fundados en aspectos que van desde la
factorización de prácticas sexuales reproductivas o inhibitorias, el carácter
endogámico o exogámico de las relaciones humanas, o su representación en
convencionalismos socialmente aceptados, hasta llegar a la correlación con
factores que integran el objeto de análisis de otras disciplinas: usos y
costumbres; fuerza de trabajo y producción económica; complejidad industrial y
organización política. Dicho de otro modo, la Demografía clásica camina inevitablemente hacia una Demología de osamenta
interdisciplinaria. Si bien las expresiones numéricas están siempre presentes,
resulta claro que las tasas y fórmulas demográficas sólo adquieren sentido si
se las interpreta como resultantes de fenómenos sociales. Cierto es que se
sirve del conocimiento matemático para los cálculos descriptivos de las
poblaciones que observa; pero aspira también a la explicación del fenómeno
poblacional y su proyección espacio-temporal, para lo cual construye modelos y
elabora predicciones, de utilidad hoy día incuestionable, sobre todo frente a
la instauración de políticas públicas y a la instrumentalización conceptual del
desarrollo regional. La determinación de la población como objeto de estudio, a
partir de la observación cuantitativa de agregados humanos, ha derivado en el
registro de constantes macrodemográficas. Por ejemplo, la empiria muestra que
el número de nacimientos sucede de manera constante, en proporción de 105 hombres
por cada 100 mujeres, y que este índice de masculinidad al nacimiento se altera
inmediata o paulatinamente con el paso del tiempo, creándose diferenciales
poblacionales según edad y sexo, fácilmente comprobables con el cálculo de las
tasas de natalidad y de mortalidad, que registran diferencias inmediatas
durante el primer año de vida, en la generación correspondiente a un año civil.
De este dato se obtiene, verbigracia, otra constante empírica: la tasa de
mortalidad infantil, es decir, la que ocurre entre el nacimiento y el primer
año de vida, que es siempre la más alta en cualquier población y, además, es
mayor entre los niños que entre las niñas. Al respecto, en
la década de los sesenta del siglo anterior, Wrigley anotaba: Algunas de las constantes puestas de relieve
por el estudio de las poblaciones se encuentran en todas las sociedades y
persisten incluso en casos que, a primera vista, parecen muy diferentes. La
demografía no puede desentenderse de los factores culturales característicos de
regiones que asumen un comportamiento poblacional propio. Como en el binomio
población-región habita el binomio generalidad-especificidad, la
regionalización se impone, porque las constantes que se registran adquieren
manifestación propia según la territorialidad que se desee estudiar, dado que
existen ambientalidades demográficas concretas. Así, la formación o disolución
de las familias según las ideas, costumbres y normativas imperantes en tiempos
y lugares definidos, produce estructuras poblacionales diferentes. Al
combinarse el concepto población con
el de región, ingresamos en la
circunstancia de que el fenómeno demográfico es un hecho social y, por ende, de
naturaleza cultural. He aquí su necesidad interdisciplinaria.
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