Desde un
contexto preindustrial, el parlamento transitó por la sociedad agraria y se
acompasó al desarrollo de la sociedad industrial y el consecuente urbanismo del
siglo XIX, creando la base normativo-liberal del moderno capitalismo. Noticia,
ensayo o experimento, parlamentos y congresos fueron, ante todo, estrategia e
instrumento de radicalización política: fungieron como portavoces de los
movimientos sociales que destruyeron el poder absoluto que se negaba a
admitirlos como contrapeso; racionalizaron y legitimaron los procesos de
independencia; y, ante todo, preludiaron con oportunidad la instauración de los
modernos Estados-Nación, en los que se insertaron como la parte circunspecta de
un todo estadual institucionalizado en el cuerpo de cartas constitucionales.
A no
dudar, absolutismo y republicanismo constituyen polos opuestos, y uno de sus
elementos diferenciadores estriba en la existencia o no de asambleas públicas
dotadas de facultades reales de control. Tanto es así que cuando se trata de
elementos descriptivos duros, la
teoría política vigente no para en mientes: como forma de estado, una nación es federal
o centralista; como forma de gobierno, es monarquía o república. El entrecruce de formas es otro cantar; empero, hoy día
ninguna variante formal puede concebir su praxis sin la presencia de un
parlamento o congreso.
Lo
anterior conlleva el intento de hacer consideraciones sobre cómo explorar el
significado cultural del parlamento, cuando situamos su pasado en una
configuración social concreta que nos permita un examen de contrastes con la
actualidad en que se articula. En todo caso se trataría de un contraste de
relativos y no de absolutos, en virtud de que la presencia del parlamento se ha
generalizado en el espacio de la cultura occidental, identificándose con
funciones políticas de representación, legislativas, de control y de gestión,
pero con disimilitudes de aplicación en la especificidad de las geografías
nacionales, provinciales o estatales donde se organiza.
En
efecto, el proceso histórico que une el pasado parlamentario con los colegiados
presentes no se funda en elementos estáticos. El parlamento o congreso es un alguien que ha construido un significado
–o varios- con base en semejanzas y diferencias de acción política. No obsta
que su presencia fuera una novedad histórica a fines del siglo XVIII o que en
términos contemporáneos sea parte de la cotidianeidad cultural. En la disputa
de teóricos y pragmáticos sobre si el parlamento es la soberanía o sólo parte
de la soberanía, la institución parlamentaria nunca ha admitido dejar de ser propietaria o copropietaria de ella. Por supuesto, serlo o no es condición
ineludible de análisis, en función de la diversidad histórica y social de
espacios determinados y series de tiempo de distinta duración, debido a que ese
es el atributo político fundamental con que las asambleas legislativas se
incorporaron a plenitud en las urbes capitales. De hecho, convenientemente
cobijadas en una arquitectura que intentó expresar, a la vez, su genealogía
antigua y su heráldica moderna, con raras excepciones, las edificaciones
parlamentarias o congresionales ya no se construyen, más bien se conservan. Continuaremos.
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