viernes, 19 de mayo de 2017

Parlamento, congreso y constitución (cuarta parte)


Hoy día, parlamentos y congresos forman parte del equipamiento cultural urbano. La arquitectura de sus edificios sigue un estilo monumental que desea realzar una función histórica de representación política, genética y diacrónicamente ligada con revoluciones, movimientos sociales y ejercicio de derechos de ciudadanía. Esforzándose por mantener un diálogo con el pasado, el parlamento ingresó en la modernidad urbana de las capitales occidentales, constituyéndose en legado cultural y patrimonio político, y asumiendo una identidad colectiva que, incluso desde el propio debate en la tribuna, acude a un lenguaje característico que conserva arcaísmos oratorios para reafirmar el valor de prácticas parlamentarias añejas aún vigentes: “Esta soberanía…” “Es cuanto señor presidente…” “Su señoría…” “El de la voz refuta al preopinante…” “Desde la más alta tribuna de la nación…”.

Por inercia o de manera deliberada, la personalidad parlamentaria desea que la conozcamos con los rasgos de una persona colectiva formada por un proceso histórico de continuidades y rupturas y, al mismo tiempo, como lugar natural del hombre contemporáneo. Bien podríamos decir que, en la cultura occidental, ciudad, parlamento y constitución representan la edificación de un lugar, la construcción de un sujeto y el diseño de un instrumento político que, a manera de simbiosis, conjuntan los argumentos liberales de la materialidad del progreso económico, la valoración discursiva de ideales democráticos y la garantía escrita de libertades humanas. De autores como Watsuji, podríamos derivar la idea de un paisaje parlamentario, es decir, del parlamento como institución inserta en el fenómeno de articulación de lo individual con lo social y, en esta circunstancia, como poseedor de un significado político-urbano de existencia propia, cuya historicidad, sin embargo, no podría comprenderse aislada de la amplitud del paisaje cultural construido, desde fines del siglo XVII, en el espacio geográfico denominado Occidente. Claramente, como invención humana moderna, el parlamento se extendió en la geografía occidental, pero acriollándose a la diversidad de climas y paisajes de regiones nacionales, provinciales o estatales.

En la fenomenología del paisaje y el clima que Watsuji propone como aspectos inseparables de la historia, la alternativa de un paisaje parlamentario sólo sería viable si lo relacionáramos con la noción de ser humano que denota la unión existencial del individuo y la totalidad. En este sentido, la comprensión del paisaje parlamentario no podría fundarse en la perspectiva dualista que aísla al individuo de las instituciones, como si se tratara de sujetos independientes que acaso ejercen influjos mutuos. Culturalmente, su examen sólo es posible si se le concibe como unidad, es decir, como autocomprensión del ser humano, en su doble estructura, individual e histórico-social. De este modo es posible hablar de un paisaje parlamentario, o sea, involucrando el nivel vivencial de las personas que experimentan de una manera u otra al parlamento, pero no como interioridad, sino como exterioridad expresada en el plano colectivo de la acción política, como imposición y libertad en la historicidad de la vida humana que se racionaliza por medio del derecho, en función de valores específicos que una formación social estima conveniente preservar. Continuaremos

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