Enormemente diversas son las opiniones,
consideraciones y valoraciones, médicas, psiquiátricas, sociales, políticas,
jurídicas y económicas, que con acentuadísima intensidad han convertido el
asunto de la permisividad del consumo de la cannabis índica o marihuana, en una
tremenda plaza pública de debate internacional. El tema es de total polémica y
no hay posiciones intermedias: unos quieren legalizarla y otros proscribirla, apoyándose
en opiniones que van desde lo ligero a lo serio, tanto entre Tirios como entre
Troyanos. Al parecer, lo único cierto es que nadie puede hacer predicciones positivas
o negativas sobre las consecuencias de autorizar su producción, comercio y
consumo, porque éste último no se da en forma aislada. La última noticia de
impacto internacional es que dos estados de la Unión Americana –Washington y
Colorado- autorizaron su consumo con fines “recreativos”: what ever that means
(lo que eso quiera decir), y ya antes se había autorizado su uso con fines medicinales
en otros estados de esa nación. Como antes Holanda en Europa, EUA pone nota y precedente
en el tema, porque este país es el principal consumidor de sustancias prohibidas
consideradas adictivas o dañosas para la salud física y mental de las personas.
De las consecuencias negativas que entraña la química de estas sustancias para
la condición bio-psico-social de las personas, no existe duda científica sobre
el particular, y la discusión sobre su consumo por millones de personas no
elimina esa realidad, pero si la lleva al plano del éxito o fracaso de los
estados nacionales y de las políticas públicas prohibitivas o punitivas hasta
ahora ensayadas. Considerada una droga “blanda” -y antesala para el tránsito
hacia drogas “fuertes”- sus efectos y consumo dependen de factores de asiduidad,
variedad de cannabis, edad, cantidad y creciente tolerancia al consumo, y
clínicamente no existe un solo estudio que concluya que su consumo es inocuo:
más tarde o más temprano la adicción que produce tiene consecuencias, y tan
sólo las neurológicas se consideran irreversibles. En contraste, se argumenta
que aquellas sustancias socialmente permitidas, como el alcohol y el tabaco,
tampoco son inocuas, pero que los efectos de su consumo “normal” (what ever that
means) no son significativos para la salud y la conducta social de fumadores,
bebedores y tampoco lo sería para los “canábicos”. Pero si se usa al alcohol y al
tabaco como referentes válidos para pensar en las consecuencias de la
“democratización” de las adicciones, que deja la responsabilidad de su consumo
a las personas y relaja la responsabilidad del Estado en el campo de la salud y
educación públicas, el comparativo tendría sus bemoles, porque los accidentes y
muertes causadas por tabaco y alcohol son impresionantemente altas y, hoy día,
el único dato cierto proviene del pasado: conocemos qué pasó con la prohibición
del alcohol y después con su legalización, que dio lugar a una industria
multimillonaria mundial que ni Al Capone hubiera siquiera imaginado. Nadie
puede saber qué pasaría si la legalización de la marihuana se generalizara,
sólo sabemos lo sucedido con la liberalización de sustancias vecinas adictivas,
antes prohibidas. Tratándose de consumo de alcohol, tabaco, cannabis, cocaína,
heroína y drogas semejantes, al parecer lo único en que todos estaríamos de
acuerdo es en que “business are business”, or not?
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