miércoles, 10 de octubre de 2012

Seguridad pública en México

“Heriberto Lazcano Lazcano (El Lazca) fue abatido. Luego, se confirma que sí era él. Luego, se robaron su cadáver”. Esta información se dio en menos de 24 horas, entre este lunes y martes, como una “perla” posiblemente representativa de la realidad de la seguridad pública en México, cuya lectura abre otra vez la suspicacia popular sobre la veracidad de los datos que se informan, o cómo se preservan las evidencias obtenidas o la incertidumbre generalizada sobre cuál fue o cuál es el diseño de la política pública nacional en materia de seguridad pública; pero, sobre todo, sobre cuál debe ser, en lo futuro, la política pública a seguir en este campo fundamental y estratégico para la vida nacional, en su más amplio sentido social. No en balde para Max Weber la seguridad era la primera tarea que un Estado Nacional debe brindar a su población. El aforismo sigue siendo un aserto irrebatible, que la realidad actual nos confirma en cada noticia de cobertura nacional que se da por cuanto a las cabezas de la delincuencia organizada y narcotráfico “transnacional” que caen, y la acción de llevar la contabilidad de cuántos delincuentes afamados han caído respecto de un total respecto del que se pueda obtener un porcentaje. Una especie de índice de éxito o fracaso medido por el número de “capos” muertos o apresados, como resultado de búsquedas o enfrentamientos que tienen más sabor a contingencia que a estrategia. ¿Y cuando se roban el cadáver de alguno, cómo lo contabilizamos? ¿Cómo éxito o fracaso? ¿Y si mañana aparece el cuerpo o si nunca? La seguridad pública es muchísimo más que algún dato bizarro, exótico o kafkiano, como el sucedido. Por el contrario, estudios sólidos la señalan como uno de los tres desafíos más importantes de la agenda gubernamental, es decir, de la nuestra, la de México, y que no se puede circunscribir a la esfera policíaca porque sus orígenes y consecuencias son de naturaleza estructural. Multifactorial es el término empleado para  aludir a sus orígenes: desigualdad económica, marginalidad, adicciones, desempleo, influencia negativa de los medios de comunicación, relajamiento de la disciplina social, infraestructura urbana inadecuada, deficiencia de los servicios vitales, falta de alternativas culturales, artísticas y deportivas para los jóvenes, falta de arraigo en su localidad y pérdida del sentido de pertenencia. De aquí se derivan los aspectos de necesaria interrelación de una política integral conformada no sólo por aspectos concretos de la seguridad pública y la capacidad de respuesta de las instituciones (política reactiva), sino el involucramiento de ejes de desarrollo social, participación ciudadana, procuración e impartición de justicia, combate a la corrupción e impunidad (política ofensiva). ¿Lugares comunes? Sí, pero ¿cuáles de estos tópicos se han abordado o trabajado “comúnmente”, para concebir el problema como algo más allá de policías que atrapan cadáveres de “narcos”, o de cadáveres de “narcos” que se les escapan a los policías? En su tiempo, Einstein, desesperado, preguntaría a Freud el por qué de las guerras a escala mundial, y éste respondería con la conceptualización de que además del instinto de amor (eros), existiría también el instinto de muerte (thanatos) que lleva a la autodestrucción de la especie, en ausencia de modelos, formas o medidas de reconducción social. ¿Qué hacer?

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